La Vanguardia

Atracón de invierno

- CRISTINA JOLONCH

Al ganador del reciente concurso de calçots de Valls le sentó tan mal el atracón que ha sido noticia esta semana y hasta tuvo que desmentir el rumor de que denunciarí­a a la organizaci­ón alegando que los tubérculos eran enormes y estaban demasiado crudos. No es de extrañar que tanto él como algún otro participan­te pasaran varios días vomitando sin parar. Es lo que tiene engullir en vez de comer.

Porque una cosa es saborear los calçots, y hasta disfrutar de la puesta en escena de las calçotades; que haya quien soporte los atascos en la carretera para llegar hasta el lugar del encuentro cebollero, o a quien le guste ponerse un babero y hacer puntería con la blanda jabalina, embadurnar­se con las salsas y el carbón los dedos y los labios, y hasta la persistenc­ia del ajo. Y otra cosa aún más arriesgada, el ansia de devorar una cebolla tras otra hasta casi reventar.

Si el ganador en Valls fue capaz de comer y descomer por la vía rápida 115 piezas, el último récord de su predecesor en el premio se situaba en 275. La infalibili­dad del tipo, que había ganado en cinco ediciones y desbancado así al campeón de toda la vida, animó a la organizaci­ón a cambiar las normas para que este año no pudiera presentars­e. Y ya está impaciente por presentars­e este fin de semana al concurso de Vilassar, donde competirá con el ganador de Valls, si ha acabado ya con el Primperán. Es lo que tiene el deporte del atracón. Porque una cosa son las fiestas tradiciona­les en torno a un producto de temporada, y otra los campeonato­s, sólo aptos para estómagos dilatados, en los que se compite para ver quién es capaz de comer más cantidad de lo que sea. En ellos se dan cita engullidor­es de salchichas, de cerveza, de tartas o de hamburgues­as. Auténticos héroes del embuchado.

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VICENÇ LLURBA La última fiesta de los calçots en Valls, el pasado 25 de enero
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