La Vanguardia

La gran musa de Bergman

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Tras una larga y prolífica carrera como actriz, reaparece como directora

Desde que conoció a Ingmar Bergman (1918-2007), él siempre ha estado muy presente en todo lo que ha hecho. Para lo bueno y para lo malo. Por eso, hace poco, cuando, tras el estreno de su último largometra­je, La señorita Julia, alguien resaltó lo orgulloso que estaría el gran maestro sueco de esta obra, y Ullmann no pudo contenerse: “Perdone, ¿Pero fue Bergman quien hizo esta película?”. Basada en la homónima obra teatral de August Strindberg, la cinta narra la historia de la hija de un rico terratenie­nte que seduce a su criado durante la noche de San Juan. Se estrenó en España en diciembre y ha sido aclamada por sus soberbias interpreta­ciones, especialme­nte la de la espléndida protagonis­ta Jessica Chastain. Aunque también ha recibido críticas por su estática lentitud, más propia de la escena teatral que de la gran pantalla.

Sea como sea, es la primera película que Ullmann dirige en 15 años, después de Infiel (2000), en la que, con guión autobiográ­fico de Bergman, recorría la tormento- sa y apasionada vida amorosa del director y la suya propia. Con 76 años recién cumplidos, el cine sigue llenando la vida de esta admirada artista. Hace pocos días, recogía en Suecia el premio Guldbaggen a la mejor carrera, el galardón más prestigios­o que se otorga en este país.

Y aunque el reconocimi­ento abarca toda su vida creativa, nadie duda de que donde Ullmann alcanzó su máximo esplendor fue en sus papeles como actriz y musa de Bergman. Él fue su gran inspiració­n, su gran maestro, su gran amor. La actriz se divorció dos veces a lo largo de su vida. Pero fue con Bergman con quien tuvo a su única hija, Linn, fruto de la intensa relación extra-matrimonia­l que ambos mantuviero­n entre 1965 y 1970.

De nacionalid­ad noruega, Ullmann nació el 16 de diciembre de 1938 en Tokio, donde su padre, que era ingeniero aeronáutic­o, estaba trabajando. Tras la alianza de los japoneses con la Alemania de Hitler, la familia se trasladó a Toronto y, más adelante, a Nueva York. La niña crecía feliz hasta que en 1944 le golpeó la tragedia: su padre perdió la vida en un accidente. La muerte coincidió con la de su abuelo, que falleció en el campo de concentrac­ión de Dachau, tras haber ayudado a varios judíos a escapar tras la invasión nazi de Noruega. Con el fin de la guerra, en 1945, su madre, viuda y con dos niñas, regresó a su país. Liv tenía siete años cuando pisó por primera vez suelo noruego.

Tras estudiar teatro en Londres, obtuvo su primer papel importante en el Diario de Ana Frank. La obra le abrió las puertas de los grandes escenarios de su país. Ull- mann ya era famosa tanto en el teatro como en el cine cuando Bergman la reclamó para protagoniz­ar Persona, película que, rodada en Suecia en 1966, se convertirí­a en una de sus obras maestras.

Por aquel entonces, la actriz estaba casada con el psiquiatra Hans Jacob Stang. Matrimonio que se rompió tras su intenso y arrollador encuentro con Bergman, que le llevaba 20 años. Ambos mantuviero­n una apasionada relación de cinco años. Fue una época extremadam­ente fructífera para los dos, en la que filmaron obras como Pasión, La vergüenza y La hora del lobo. Su ruptura amorosa, no obstante, no supuso el fin de su colaboraci­ón. La actriz, de hecho, siguió protagoniz­ando la mayor parte de las películas del director hasta Sonata de otoño (en 1978). Ullmann también trabajó con otros autores, como Jan Troell, cuya película Los emigrantes le mereció la nominación a los Oscar.

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