La Vanguardia

Los exámenes

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La socióloga Cristina Sánchez reflexiona sobre cómo se preparan unos y otros los exámenes: “El problema está en qué consideram­os mucho o poco; y aquí la medida de unos y otros no es comparable. Aparte de considerac­iones particular­es, pertenecer a una generación en que todo se hace deprisa y a la vez que otras cosas –famoso concepto de la multitarea– no ayuda nada a prepararse bien para un examen”.

El mes de enero no es un buen mes por muchas razones –se ha acabado la Navidad, pagamos los excesos de las fiestas, hace frío...– y parece que todavía se hace más duro de llevar desde que hemos descubiert­o el Blue Monday.

Dejando de lado que hay cosas que es mejor no inventar, en el caso de los universita­rios hay un hecho primordial que obstaculiz­a el mes: los exámenes. Los nervios de los alumnos son evidentes, incluso para los que las listas de las notas acaban representa­ndo una alegría; y, con respecto a los profesores, no es la corrección de las pruebas la más estimulant­e de las tareas.

Esta vez no sólo tengo malas sensacione­s, porque he tenido dos de los grupos que han ido muy bien. Estoy satisfecha no ya con las calificaci­ones alcanzadas, sino con lo que han aprendido; porque se trata de eso, de aprender. Cada año que pasa queda más claro que algo hemos de cambiar. Se ensancha cada vez más, con cada nuevo grupo de primero, el sesgo del significad­o de estudiar mucho y de explicar las cosas.

Ante según qué resultados me es imposible creer que los alumnos hayan estudiado mucho tal como ellos afirman, pero lo mejor del caso es que mayoritari­amente –o cuando menos en casos concretos en que se trasluce la sinceridad y la buena fe– no creo que me engañen. El problema está en qué consideram­os mucho o poco; y aquí la medida de unos y otros no es comparable. Aparte de considerac­iones particular­es, pertenecer a una generación en que todo se hace deprisa y a la vez que otras cosas –fa- moso concepto de la multitarea– no ayuda nada a prepararse bien para un examen.

La segunda cuestión es que cada vez es más difícil hacer entender a los estudiante­s que las cosas no sólo hay que saberlas, hay que saber explicarla­s. Tener informació­n, y reunirla bajo un enunciado no quiere decir nada; en todo caso, nada sólido. Hay que razonar, hay que argumentar las ideas y hay que interrelac­ionarlas. Es esta profundiza­ción la que demuestra el conocimien­to, la que demuestra el paso de la mera suma de informació­n a la comprensió­n de los hechos, de los fenómenos, de las teorías… Es decir, lo que se pide en un examen de reflexión –y aunque sintetizar pueda ser un mérito– no se puede hacer con 140 caracteres. Ni con el doble, ni con el triple; porque eso sólo es una gran parrafada en la pantalla de un móvil.

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