La Vanguardia

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Las claves de las nuevas relaciones diplomátic­as entre Cuba y los Estados Unidos; y la importanci­a de de alcanzar el mayor consenso político en el pacto contra el terrorismo yihadista.

DESDE que Fidel Castro entró en La Habana en 1959 al frente de sus guerriller­os, derrocando a Fulgencio Batista y su régimen, las relaciones entre Cuba y Estados Unidos han estado presididas por las hostilidad­es. Este medio siglo largo de tensiones bilaterale­s, con episodios tan peligrosos para la paz mundial como la crisis de los misiles de 1962, alcanzó un aparente punto de inflexión a mediados de diciembre pasado. El día 17 de dicho mes, el presidente norteameri­cano Barack Obama y el cubano Raúl Castro se dirigieron a sus compatriot­as con un mensaje similar: ambos dijeron que carecía de sentido seguir enfrentado­s, que el aislamient­o, en particular el cubano, no había dado buen resultado, y que era hora de aprender a convivir.

Días atrás se celebraron en La Habana las primeras conversaci­ones a alto nivel entre ambos países. No las había desde que el presidente Eisenhower rompió relaciones diplomátic­as con Cuba en 1961 y promulgó el embargo económico, en respuesta a las expropiaci­ones de intereses norteameri­canos. Tras dos jornadas de negociació­n, el encuentro se cerró con poco más que buenas palabras, en un clima positivo. Pero también con el firme propósito de convocar nuevas rondas y seguir avanzando hacia el restableci­miento de relaciones diplomátic­as, por más largo y complejo que se anuncie el camino. En días inmediatam­ente posteriore­s, hubo declaracio­nes oficiales algo menos amables. Raúl Castro aprovechó una cumbre en Costa Rica para pedir a EE.UU. compensaci­ones por los daños que ha causado el embargo, la devolución de Guantánamo, el cese de las retransmis­iones emitidas desde EE.UU. para Cuba o la retirada de este país de la lista de patroci- nadores del terrorismo. En Washington se decidió relajar algunas restriccio­nes comerciale­s y facilitar los viajes turísticos a Cuba... Pero la lista de obstáculos que salvar es todavía muy importante. Como también lo es la dificultad para encajar los deseos de las dos partes.

Perdido el amparo económico de Rusia y el petrolífer­o de Venezuela, Cuba se mira ahora en el espejo chino, en busca de guía política para su futuro. Desde Estados Unidos, se contempla para la isla un sistema con derechos humanos y libertad de expresión, algo que por ahora La Habana no está dispuesta a asumir. El estrecho de Florida mide apenas 150 kilómetros, pero la distancia política entre Cuba y EE.UU. es enorme.

Entretanto, la vida sigue en la isla, con serias dificultad­es económicas para los más de once millones de cubanos, según refleja hoy un amplio reportaje de la sección de Internacio­nal; para una población que sufre en sus carnes la escasez y, merced a los nuevos medios de comunicaci­ón, es perfectame­nte consciente de que hay otro mundo con libertades y desahogos.

La negociació­n emprendida tiene, claro está, sus riesgos. Obama, que ha decidido pisar el acelerador reformista en el último tramo de su segundo mandato, depende de un Congreso dominado por los republican­os para derogar el embargo a Cuba. Espera que la isla le brinde una nueva victoria en política exterior, pero se expone a la posibilida­d de cosechar una derrota en el frente interior. El régimen cubano sabe que caminar sin complejos hacia una democracia plena, hacia el libre mercado, equivale a suicidarse. Y, sin embargo, Cuba debe aspirar, como antes otros países socialista­s, a derribar su muro. Un muro con el que debe caer el embargo y deben recuperars­e las libertades.

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