Académicos al mando
Los abogados dirigen la política, pero de las aulas surgen nuevos actores que no quieren limitarse a ser la conciencia crítica del poder
Si la guerra es demasiado importante para confiarla a los militares –la frase es del estadista francés Clemenceau–, algunos opinan lo mismo de la política, que es un asunto muy serio para dejarlo en manos de los políticos. O de los abogados, que son mayoría entre los dirigentes. Sin embargo, en los años de la crisis han sido los economistas los que han ejercido su influencia en los centros de poder y han impuesto sus modelos matemáticos por encima de otras variables políticas en el gobierno de los países. Los economistas han sido los autores intelectuales de las durísimas recetas que se han venido aplicando para superar la crisis, pero lo han hecho con el visto bueno de los gobernantes, que siempre recurren a los técnicos cuando se trata de aplicar políticas que son difíciles de defender ante la opinión pública o que implican un riesgo. Sin embargo, junto a la ciencia, que suministra datos y estadísti- cas para cuadrar las cuentas públicas, un país necesita pensadores que ejerzan de conciencia crítica, que ayuden a entender los problemas del presente y propongan soluciones alternativas.
Los intelectuales han ejercido tradicionalmente esa función de fiscalizar al poder, con una mente abierta que les permitía observar las cosas de forma distinta a como lo hace la mayoría y ejercer su influencia en la toma de decisiones que afectan al conjunto de los ciudadanos. ¿Siguen ahí los intelectuales, ejerciendo ese contrapoder desde la barrera o han saltado al ruedo? Los académicos se están perfilando como nuevos actores en la vida política, son politólogos, sociólogos, que no se limitan a investigar, estudiar y enseñar, sino que buscan abrir un espacio propio para intervenir directamente en la escena pública.
Y no lo hacen por la vía tradicional de afiliarse a una formación política, sino que crean un nuevo proyecto, nuevas siglas, que les permita marcar distancias con los partidos clásicos. Así nació Ciutadans, en el 2006, como una plataforma cívica y cultural impulsada por un grupo de profesores y articulistas catalanes opuestos al nacionalismo. Y hace un año, fue también un grupo de politólogos y profesores que impulsaron Podemos, que no nació como un partido sino más bien como un método para dar la palabra a los ciudadanos. “Los nuevos partidos son el hueco por el que los intelectuales acceden a la política. Los partidos tradicionales, endogámicos, dirigidos por el aparato, tienen una fórmula de acceso a los altos cargos muy profesionalizada, escalando desde las juventudes por los distintos niveles de representación, por lo que es difícil que alguien de fuera tenga opciones de llegar arriba”, subraya Manuel Cruz, catedrático de Filosofía Contemporánea de la Universitat de Barcelona. Esta dinámica de funcionamiento pone bajo sospecha a los militantes, ya que por encima de los méritos propios suele estar el carnet del partido. Hace tiempo que las formaciones políticas son conscientes de esta mala imagen, que intentan paliar con la incorporación de independientes en sus candidaturas, apunta Manuel Cruz, pero es algo excepcional.
La política está atrapada en la inercia de los partidos y los nuevos liderazgos proponen una participación más directa del ciudadano en la agenda pública. “Desde el mundo académico han sur-
C’s fue impulsado en el 2006 por un grupo de profesores opuestos al nacionalismo
Podemos tenía la voluntad fundacional de dar la palabra a los ciudadanos