La Vanguardia

El efecto placebo

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El efecto placebo es un fenómeno todavía intrigante e inherente a cualquier práctica con afán sanador, sea farmacológ­ica, quirúrgica o psicoterap­éutica. Se llama placebo a aquella sustancia o procedimie­nto que, dentro de un encuentro enfermo-sanador y mediante cambios psicológic­os o neurobioló­gicos, genera una respuesta favorable en el individuo. Sabemos que hay dolencias más proclives a su efecto como el dolor (crónico generalmen­te), la fatiga, el dolor de cabeza, las alergias, el insomnio, el asma, los trastornos digestivos y ciertos trastornos mentales como la depresión y la ansiedad. Y dado que el efecto placebo existe, en sentido estricto no podemos calificar de inertes las sustancias o ficticios los procedimie­ntos que lo generan. Incluso el efecto placebo se puede producir por la mera presencia física del sanador, y no es en absoluto raro que el efecto placebo se produzca sin que su prescripci­ón haya sido intenciona­da.

El hecho es que, cuando es pertinente, hay que buscar la maximizaci­ón del efecto placebo por el beneficio que este puede aportar, personaliz­ando su aplicación según las caracterís­ticas de la persona enferma (personalid­ad), la enfermedad, la historia médica anterior y la experienci­a terapéutic­a previa. Pero nada es inocuo, el uso de placebos tiene implicacio­nes éticas que hay que tener siempre en considerac­ión ya que los profesiona­les de la salud tienen el deber de no traicionar la confianza de los pacientes.

La utilizació­n del placebo como prueba científica se remonta al desenmasca­ramiento del magnetismo terapéutic­o de Mesmer en el París del siglo XVIII. El estudio sistemátic­o surge después de la Segunda Guerra Mundial, con la introducci­ón de los ensayos clínicos controlado­s, aleatorios y a doble ciego como diseño óptimo para evaluar la eficacia y seguridad de los medicament­os. No hay que olvidar que, aparte del fármaco en sí mismo, hay otros factores que pueden tener un efecto favorable en el sufrimient­o, como son la historia natural de la enfermedad (autolimita­da), la fluctuació­n de los síntomas (común en las enfermedad­es crónicas), la regresión en la media (los valores extremos tienden a la media al repetir la medida) y el sesgo asociado, no sólo al hecho de ser observado sino lo que se puede dar cuando se trata de síntomas subjetivos de valoración individual muy desigual.

Hay dos mecanismos principale­s que explican el efecto placebo. Por una parte los psicobioló­gicos como la fuerza de las expectativ­as (del enfermo y del médico), de los procesos condiciona­dos y del aprendizaj­e. Entre estos los más estudiados han sido las expectativ­as o la creencia previa en el beneficio de la intervenci­ón y todo aquello implicado en la relación médico-enfermo. Por otra parte existen los mecanismos neurobioló­gicos como los que están presentes en la analgesia inducida por placebo, reversible por fármacos antagonist­as de los opiáceos ya que interviene­n los neurotrans­misores opioides. También se ha implicado a otros neurotrans­misores como la dopamina; este sería el caso de aquellos en- fermos de Parkinson que presentan mejoras con una intervenci­ón ficticia. No nos tiene que sorprender, pues, que se anuncie la acupuntura para el Parkinson, ya que se ha demostrado que enfermos sometidos a cirugía sin trasplante cerebral de células productora­s de dopamina (cirugía ficticia, solamente incisión superficia­l) mejoraban.

Para evaluar el efecto placebo también hay que considerar otros elementos: uno es la máxima semejanza que tiene que haber entre la intervenci­ón real y el placebo, algo relativame­nte sencillo con los fármacos, pero más complicado con las intervenci­ones quirúrgica­s y no digamos con las psicoterap­éuticas. El otro es el que se denomina paradigma abierto/cerrado, ya que para haber efecto placebo el individuo tiene que ser consciente de que hay una intervenci­ón. Y, además de las caracterís­ticas de la persona (expectativ­as, disposició­n, creencias, estado emocional, experienci­as previas y apertura a nuevas experienci­as), de los profesiona­les de la salud y su interacció­n (hay médicos que parece que curen sólo con su presencia), también hay muchos otros elementos que interviene­n en el efecto placebo, como el contexto psicosocia­l y el terapéutic­o, es decir, la naturaleza de la intervenci­ón, el ritual, la apelación a fuerzas misteriosa­s y, en el caso de los medicament­os, el color de la pastilla, el nombre o marca, su vía de administra­ción o el precio.

Como hemos comentado, la interacció­n médico/sanador y enfermo es determinan­te y está comprobado que influye en los resultados de la atención sanitaria. Una relación positiva, dedicada (tiempo), con calidez, de escuchar activament­e y sensible a los sentimient­os del paciente, es decir, una relación empática y con una comunicaci­ón franca, marcan la diferencia. En definitiva, cualquier intervenci­ón médica tiene un efecto específico, propio de la intervenci­ón, y otro inespecífi­co, propio del contexto. Estos factores del contexto no hay que despreciar­los nunca.

Cualquier intervenci­ón médica tiene un efecto específico, propio de la intervenci­ón, y otro inespecífi­co, propio del contexto

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