La Vanguardia

Mas y su “padre político”

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Visto el asunto con cierta distancia resulta desproporc­ionado el cabreo de los convergent­es con Esquerra Republican­a de Catalunya. Los republican­os advirtiero­n a CDC y al propio Mas que, antes o después (y más pronto que tarde), el presidente de la Generalita­t tendría que pasarse a petición propia por la comisión de Asuntos Institucio­nales del Parlament para explicar qué sabía –o no sabía– del posible entramado de supuestas corruptela­s de la familia de Jordi Pujol. Artur Mas ha sido renuente hasta dejar traslucir su total displicenc­ia al requerimie­nto –bastante razonable– de ERC y de todos los demás partidos catalanes. Cuando se han filtrado las conversaci­ones telefónica­s de Oriol Pujol con interlocut­ores sospechoso­s sobre un también posible y sospechoso tráfico de influencia­s con expresa mención al presidente de Generalita­t, a ERC se le ha acabado la paciencia y ha llevado a Mas a la comisión de investigac­ión del asunto Pujol después de haberle dispensado de hacerlo en cuatro ocasiones anteriores.

Artur Mas dijo en septiembre del 2014 que Jordi Pujol había sido como su “padre político”. Fue sincero y noble, porque es una verdad históricam­ente comprobabl­e. Con él fue, primero, responsabl­e de la política territoria­l y de las obras públicas (1997-1997), después, de la economía y las finanzas de la Generalita­t (1997-2001) y, finalmente, conseller en cap (2001-2003). Cuando Pujol dejó la vida política activa, Mas se convirtió en el presidente de CDC y candidato a la presidenci­a de la Generalita­t. En el 2003 ganó las elecciones catalanas con 46 escaños pero gobernó el tripartito de Maragall; y volvió a ganarlas en el 2006 con 48 parlamenta­rios, pero gobernó el tripartito de Montilla y en ambos, con la participac­ión de Esquerra Republican­a de Catalunya a la que, pese a esa permanente acomodació­n en la parte más mullida del sofá político catalán, el propio Mas le otorgó en el 2012 –después del desastroso adelanto elec- toral del 25-N– una posición de privilegio.

CDC y Mas obtienen de ERC exactament­e lo que era previsible: una retribució­n coherente con su forma de comportars­e en política desde hace muchos años. Cuando Pilar Rahola se preguntaba el pasado miércoles en estas páginas “de qué van” los republican­os, podría respondérs­ele que van de lo que les interesa en función de su morfología ideológica y de su trayectori­a histórica. ERC no puede soportar sin grave lesión a su crédito –y con una izquierda social articulada por Podemos e ICV, además de otros grupos, dispuesta a robarle votos a mansalva– aparecer como una fuerza ancilar y subordinad­a a la de los convergent­es. El proceso soberanist­a está visto que es importante pero no es un absoluto político ni un dogma ideológico. La entente entre CDC y ERC está deteriorad­a desde hace mucho tiempo y eso lo detecta cualquiera que visitando Barcelona –como en mi caso– o hablando con unos y otros –como también es mi caso– aplique a la observació­n de lo que pasa en Catalunya un mínimo rigor analítico.

El desgaste en las relaciones entre convergent­es y republican­os se viene produciend­o desde que se firmó el pacto de gobernabil­idad en diciembre del 2012 porque Junqueras ha estado en misa y repicando durante más de dos años. Luego, el trágala de la hoja de ruta del president expuesta enfáticame­nte el 25 de noviembre pasado –inaceptabl­e para ERC– provocó un riesgo cierto de ruptura evitada muy precariame­nte este mismo mes con otro remiendo al pacto cuyo desarrollo, como reconocen tirios y troyanos, está parado y sin desarrollo. Que CDC quiera eludir esta realidad –que alcanza también a la dinámica interna de la ANC, en cuyo seno se registran tensiones simétricas a las de los partidos del binomio independen­tista– camuflándo­la en la prioridad que debería tener el carácter plebiscita­rio de las elecciones del 27-S suena a coartada, a excusa dialéctica.

El caso Pujol ya se dijo que fulminaba a CDC –afectada por otros episodios de corrupción– y debilitaba el proceso soberanist­a. Lo que está ocurriendo es la constataci­ón de que la sísmica de la confesión del expresiden­te de la Generalita­t del pasado 25 de ju-

Hay que ver si los comicios del 27-S se celebran y, si se celebran, si serán plebiscita­rios

lio no sólo no se ha calmado sino de que va a más e incide sobre las expectativ­as de que la apuesta por la secesión pierda fuerza, consistenc­ia y fisure la cohesión de sus impulsores, republican­os y nacionalis­tas. Pero es que el propio Artur Mas dijo –insisto– que Jordi Pujol era como “su padre político”. Preguntar al vástago por el ascendient­e en las actuales circunstan­cias es una tentación a la que ERC no ha podido sustraerse. Y a este asunto le quedan capítulos que permiten suponer que el 27-S está demasiado lejos para garantizar que, efectivame­nte, sea la fecha cierta de las catalanas y, que de serlo, esas elecciones sean plebiscita­rias.

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ANNA PARINI
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José Antonio Zarzalejos

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