Un empresario apasionado
Con la desaparición de José Manuel Lara pierdo a un buen amigo, pero el país se queda sin un gran editor. Había heredado de su padre no sólo el interés por la literatura, sino también su compromiso con la sociedad. Era, por lo demás, una persona sincera y un empresario apasionado, que decía siempre lo que pensaba, más allá de que no todo el mundo pudiera estar de acuerdo con sus opiniones. Supo dirigir con mano firme la transformación de un grupo que editaba libros y fascículos en una gran compañía de comunicación presente en todos los soportes mediáticos. Y lo hizo dedicándole muchas horas; José Manuel era de los que no les importaba destinar el fin de semana a mirarse papeles de la empresa, porque disfrutaba intensamente con su trabajo. Estaba pendiente de todo, hasta el punto de que era el primero en leerse la novela ganadora de uno de sus premios literarios para saber si realmente el libro podía funcionar o no.
Compartía con Lara el oficio de editor y habíamos hablado largamente sobre el futuro del periodismo y de la literatura. No siempre estábamos de acuerdo y él acostumbraba a ser muy rotundo en sus afirmaciones, pero siempre resultaban interesantes sus opiniones. Coincidíamos en que ser editor no es lo mismo que ser propietario de un grupo. Ser editor supone un compromiso con los valores de la sociedad, lo que comporta no sólo estar pendiente de la marcha económica, sino también del rigor, la independencia y pluralidad de los medios.
José Manuel era un hombre de fuerte personalidad. Me había dicho en más de una ocasión que, a veces, después de tomar una decisión, dormía sin problemas, porque, en lugar de dar vueltas a si era lo adecuado, se ilusionaba totalmente con el nuevo reto. No le temblaba el pulso cuando tenía las ideas claras y al mismo tiempo era una persona cordial con sus traba- jadores. Tampoco se iba con rodeos cuando le pedían una opinión, sin importarle ser políticamente incorrecto.
Sus tres largos años de tratamiento no le restaron coraje. Trabajaba prácticamente las mismas horas que antes y tenía tantas iniciativas como siempre. Le plantó cara a la adversidad, como había hecho en otras ocasiones en que la vida le fue esquiva. Como su padre, estuvo en su despacho hasta el último momento. El país pierde a un empresario emprendedor y valiente, un editor hábil e inteligente y una persona tremendamente noble. Solíamos cenar varias veces al año solos o con otros amigos. La última vez que habló conmigo fue hace apenas un mes para explicarme una idea que le rondaba por la cabeza. Echaré de menos este ímpetu que sabía transmitir José Manuel, su conversación apasionada y su visión positiva de la vida. Hoy es un día triste para su familia, para el Grupo Planeta y para todos los que amamos el periodismo y la literatura.