La Vanguardia

El provocador y los pegadores

- Dagoberto Escorcia

Una vez Luis Enrique ha dado con la tecla y ya el equipo no da la sensación de caída libre, como vaticinaro­n algunos después de Anoeta, una vez el vestuario parece haber encontrado los papeles perdidos, que decían otros, una vez enderezado el rumbo y el barco blaugrana ya no parece ir a la deriva, como señalaron unos cuantos más, y una vez se ha calmado la tormenta da gusto hablar de cosas que ocurren en el terreno de juego.

Resulta extraordin­ario, no obstante, ver como en la semana en que Cristiano Ronaldo –este sí que perdió los papeles– pega un manotazo a un jugador del Córdoba, patea a otro, es expulsado, sale del campo más chulo que un ocho y es sancionado con dos partidos, el verdadero objeto del debate sean los caños y el fútbol atrevido de Neymar en el Calderón. Como también es llamativo que se hable más del brasileño del Barça por otras cosas que no por sus goles, antes que del lanzamient­o de la bota del atlético Arda Turan –otro que perdió los papeles– hacia un juez de línea y que esta acción quede sin sanción alguna porque el comité de competició­n no quiso actuar de oficio. Ya va bien que los partidos no se reabran en los despachos, pero que esa justicia sea igual para todos.

Cuanta razón tiene Luis Enrique cuando ayer en la conferenci­a de prensa habló de un país especial al hacer referencia a ambos temas. Se habla más de un caño que de una patada, vino a decir el técnico azulgrana. Con el Barça entonado, en la buena línea, hace bien el vestuario del Camp Nou en cerrar filas y en defenderse de las críticas externas. Segurament­e habrá defensas que irán a por Neymar y otros que irán a por Messi. El estado de forma de los dos y la buena sintonía

En la semana que Cristiano patea a un rival, y Arda lanza su bota a un linier, Neymar parece el más malo

con Luis Suárez y el resto del equipo ha colocado al Barça otra vez como candidato para luchar el título liguero. Y eso asusta. Da miedo a algunos, y de ahí que se disparen los nervios y se carguen las tintas sobre las estrellas del Barça. Igual que en los tiempos en los que Mourinho era el técnico blanco.

Lo importante e ideal para el vestuario blaugrana es saber que Neymar es el Neymar que motivó su fichaje. Un jugador que necesitaba una temporada de aclimataci­ón y, sobre todo, libertad en el campo, sentirse libre, que si quiere frenar el juego, que lo frene, que si quiere pararse a lo Garrincha ante un defensa, amagar una, dos, tres veces, que lo haga. Y que si quiere bailar, eso que ni siquiera muchos barcelonis­tas no entendían o no entienden, al celebrar un gol que no se corte. Es brasileño, una tierra de samba, de carnaval, de músicos, un país con mucha marcha, en definitiva. Y a un futbolista con la calidad que tiene Neymar, hay que reeducarlo, pero no cortarle las alas. A mi este Neymar, como a la mayoría de barcelonis­tas, me gusta. Y sabemos perfectame­nte que otras acciones violentas han sido cometidas en algún momento de su juventud por Neymar –cuando jugaba en el Santos– y por Luis Suárez en otras ligas y hasta en un Mundial. Pero, hoy en día, prefiero un provocador que no uno que se lanza a pegar bofetadas o patadas al rival, o que uno que cuando pierde los nervios no se le ocurre otra cosa que lanzar su bota sobre un juez de línea.

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