Una cuestión de pelotas
La final de fútbol americano se juega hoy marcada por la polémica de los balones deshinchados
Más de cien millones de estadounidenses –casi un tercio de la población– se sentarán hoy frente a la televisión y sintonizarán la NBC. Trasegarán otros muchísimos litros de cerveza y darán cuenta de una cantidad descomunal de alas de pollo, pizzas o doritos.
Bienvenidos a la Super Bowl, la celebración nacional cuasi religiosa que convoca a familias y amigos. La XLIX edición de la final de la liga de fútbol americano –NFL– que se juega en Glendale (Arizona), cuenta con elementos para entrar en su particular historia.
Sin embargo, antes de que Idina Menzel entone el himno nacional y se dé la patada inicial en el choque entre los Seahawks de Seattle –campeones en el 2014– y los Patriots de Nueva Inglaterra (Boston), ya se ha escrito una página que marcará el recuerdo de este partido. Todo por una cuestión de pelotas.
El deflategate o ballghazi –alusión tremen- dista al asalto que sufrió el consulado de EE. UU. en Benghazi (Libia), en el 2012.
Así se nombra el escándalo surgido por cómo los Patriots derrotaron a los Colts de Indianápolis (45-7) hace dos semanas. El asunto de los balones deshinchados ha eclipsado los preparativos de uno de los acontecimientos que más contribuye a cimentar el espíritu de país y el sentimiento patriótico.
La sombra de la trampa sobrevuela por en- cima de los de Massachusetts, en especial sobre Bill Belichick –el entrenador jefe– y su estrella, el quaterback o pasador Tom Brady, de 37 años, tan admirado (u odiado) por sus certeros lanzamientos como envidiado –celosones que son algunos– por compartir su vida con la guapa modelo Gisele Bündchen.
A los de Nueva Inglaterra se les investiga por el supuesto uso de melones bajos de aire. Esto contravendría la normativa de cara a hacer más fácil lanzar, coger y cargar la pelota.
Los analistas consideran que esta polémica es una de las más estúpidas de cuantas se han registrado en una Super Bowl. Pero no sólo ha marcado la agenda, sino que ha culminado una temporada calificada de “muy dura” por Roger Goodell, el comisionado de la NFL.
Goodell se ha convertido en el muñeco de todos los dardos. Le acusan de favoritismo hacia el propietario de los Patriots, Robert Kraft, por haber ralentizado una investigación después de que algunos pidieran la descalificación del equipo o, como mínimo, que se sancionará antes de la final a Belichick o a Brady. “No vamos a dejar que las especulaciones comprometan nuestra investigación, todavía no tenemos conclusión de si fue algo intencional”, respondió el comisionado –¿Se merece que le recorten el salario? –Pregúnteselo a los propietarios. La temporada se ha situado en el terreno de la crónica negra. Empezó con otra actuación muy criticada de Goodell. De entrada, miró hacia otro lado al difundirse el vídeo del interior de un ascensor en el que el jugador de los Ravens de Baltimore, Ray Rice, le pegaba a su novia. “No entendíamos bien ese asunto, pero hemos aprendido lo que representa la violencia doméstica”, se defendió Goodell.
Además, cada vez hay menos miedo social hacia el tabú de hablar de las conmociones cerebrales que provoca la práctica de este deporte. “En tres años se han rebajado en un 25%, desde el 2012 se ha pasado de 173 contusiones a 111”, argumento que, a su vez, evidenció que el problema siguen siendo muy real.
Los líos han solapado una final “histórica”. Se enfrentan el mejor ataque –Patriots– contra la mejor defensa, unos Seahawks que, si renuevan el título, lograrán algo inédito en una década. Será un cara a cara de Belichick, que, como su quaterback, se puede hacer con el cuarto anillo, y Pete Carroll, que buscará venganza. Belichick le sustituyó al frente de los de Nueva Inglaterra al final de la temporada de 1999. Y se cruzan dos estilos de pasadores, uno clásico –Brady– y otro de la nueva generación: Rusell Wilson, de 26, tercer año y segunda final, capaz de lanzar la bola pero también de correr como pocos. Sin olvidar al estratosférico Marshawn Lynch, de los Seattle, que cumple con la obligación de ir a la rueda de prensa y responder siempre igual: “Estoy aquí para que no me multen”.
El show del descanso lo protagonizará Katy Perry. Ha prometido una cosa: “Nada se va a deshinchar en mi espectáculo”.