Rascacielos de cristales opacos
Las torres de lujo de Manhattan acogen dinero de procedencia dudosa
El músico David Byrne, el Talking Heads por excelencia, alertó hace unos meses sobre la decadencia artística de Nueva York por el proceso de aburguesamiento. El incremento desmesurado del precio inmobiliario expulsaba a los creadores, en especial a los más jóvenes.
En una entrevista concedida a La Vanguardia, Byrne empleó la expresión “edificios fantasma”. Se refería a su vecindario en Manhattan, con vistas al Hudson, donde la administración del anterior alcalde, Michael Bloomberg, incentivó la construcción de rascacielos. El coste de cualquier vivienda en esas torres acostumbra a situarse bastante por encima del millón de dólares.
“A la caída de la noche –explicó el músico– ves que hay luz en muy pocos apartamentos. Los dueños de la mayoría de esos pisos viven en Rusia, China o India. No son más que inversiones”.
Nada más lejos de la filosofía de Bloomberg. El exalcalde dio todas las facilidades para potenciar Manhattan como gran refu- gio de las fortunas internacionales. Cierto. Pero pretendía que esos ricos consumieran a lo grande y no sólo propiciaran un engorde de las arcas municipales sino que también incentivasen más y mejores puestos laborales.
The New York Times publicó ayer un reportaje –más de un año de investigación– en el que se confirma la teoría Byrne. El informe se centra en el exclusivo complejo del Time Warner Center, en Columbus Circle, donde han llegado a contar a 17 milmillonarios de la lista Forbes de los más ricos del mundo. Sólo una tercera parte de los propietarios de esos condominios reside todo el tiempo. Los millonarios alojados a tiempo parcial quedan excluidos de abonar los impuestos de la ciudad y, en ocasiones, incluso reciben ventajas. Si no están, tampoco consumen. Evidente.
Al contrario, el efecto resulta pernicioso puesto que si esos apartamentos cada vez son más caros, eso también repercute en el resto del mercado. Todo se encarece por el impacto de los grandes magnates cobijados en la Gran Manzana. Esta circunstancia facilita blanquear fortunas de muy dudoso origen con total impunidad. Esta es otra cuestión menos clara y verdadero núcleo del asunto. El Times desvela que la mayor parte de esas enormes inversiones inmobiliarias se realiza mediante sociedades opacas, que ocultan la personalidad de los inversores y, por tanto, la procedencia del dinero. Por lo general pagan en metálico, de manera que tampoco hay documentos hipotecarios que rastrear.
Aunque ya hace unas semanas que se cerró la venta, todavía se desconoce el comprador que por primera vez pagó más de 100 millones de dólares por un piso gracias a esos métodos de ocultamiento. El enclave es la nueva torre de lujo del One57 –como indican los dígitos, en la calle 57–, donde el 77% de los propietarios carece de nombres. Sólo son cifras y letras. En el rascacielos de Time Warner, donde el 64% de los dueños carece de identidad, los reporteros se encontraron con una entidad que respondía por 25CC ST4B LL.C. y que abonó en el 2010 más de quince millones y medio por un apartamento. En su intensivo trabajo, los periodistas lograron descubrir que detrás estaba Vitaly Malkin, exsenador ruso y banquero al que prohibieron entrar en Canadá por su puesta vinculación con el crimen organizado.
Otra operación que han desvelado es el pago más de 21 millones, realizado de manera que se encubría al dueño, el griego Dimitrios Kontominas, arrestado hace un año en su país en una operación anticorrupción.
Se citan otros casos similares. Concluyen que, por distintas vías, el Gobierno ha permitido a la industria inmobiliaria cerrar los ojos sobre el origen del capital utilizado en la compra de esas viviendas de lujo.
Como decían las abuelas, el dinero en metálico no lleva nombre ni tiene color.
‘The New York Times’ revela que la mayoría de los dueños de pisos caros se esconden tras sociedades opacas