La Vanguardia

El Barça, ese objeto de deseo político

- M. Dolores García mdgarcia@lavanguard­ia.es

En este 2015 se celebran cinco elecciones que alterarán el mapa político. Las andaluzas de marzo, las municipale­s de mayo, las catalanas de septiembre, las generales de final de año y... las del Barça de este verano. A estas alturas, nadie en su sano juicio considera que el fútbol y la política discurren por vías separadas. De hecho, las elecciones del Barça se celebrarán en unas coordenada­s similares a las de la lucha partidista imperante a su alrededor.

Joan Laporta representó la ruptura con 22 años de nuñismo. Obsérvese que Núñez dirigió el club entre 1978 y el 2000, mientras que Pujol presidió el país de 1980 al 2003. Casi un calco. Eran tiempos de estabilida­d, que dirían unos; casi de caciquismo, que replicaría­n otros. A partir de entonces todo se complicó en los dos ámbitos. Laporta pasaba por ser filoconver­gente, igual que Sandro Rosell, hijo de un fundador de CDC. Cuando el líder del Elefant Blau llegó al club, ya gobernaba el tripartito. En pleno follón estatutari­o, Montilla hablaba de “desafecció­n” entre Catalunya y España. Y Laporta se destapaba como independen­tista. Pero cuando decidió dar el salto a la política no optó por ERC, demasiado vinculada al tripartito y muy de izquierdas para sus gustos liberales. Convergènc­ia tampoco fue una opción, aún timorata en la cuestión secesionis­ta. Acompañado de Guardiola y sus éxitos deportivos, Laporta pretendió practicar en el Barça el fomento de la autoestima culé como una suerte de patriotism­o, un faro en medio de la negrura de la crisis y la frustració­n política.

En ese contexto, no es de extrañar que, ya con Artur Mas en el poder, el Parlament concediera la medalla de oro a Guardiola. Fue un golpe de efecto impagable. La política buscaba asociarse a un catalán de éxito que, dicho sea de paso, era independen­tista. En cambio, Sandro Rosell, entonces presidente del Barça, rehuía la identifica­ción del club con esa opción política. Se declaraba sólo catalanist­a y hasta acudió a Extremadur­a a pregonarlo. Apenas un año después, el barco de Mas, que ya apuntaba hacia Ítaca, viró decididame­nte hacia el indepen- dentismo. Rosell no pudo resistir la presión de la ANC y sus miles de seguidores y permitió que el Camp Nou acogiera el llamado Concert per la llibertat y la cadena humana del Onze de Setembre del 2013. Aún se resistía a que el club se adhiriera al Pacte pel Dret a Decidir, cosa que, tras muchos apremios políticos, acabó haciendo Josep Maria Bartomeu.

El Barça siempre ha sido objeto del deseo político. Núñez intentaba estar a buenas con todo el arco parlamenta­rio para que ninguna trifulca política entorpecie­ra sus negocios. Pero Pujol siempre se quedó con las ganas de disponer de un peón en el preciado palco del Camp Nou. No en vano el Barça constituía casi la única seña de identidad que escapaba a su control, junto con el Ayuntamien­to de Barcelona.

En el combate actual entre fuerzas favorables y contrarias a la independen­cia, el Barça es un caramelo muy apetecible. Un eventual regreso de Laporta daría un empujón a los ánimos secesionis­tas (sobre todo si la pelota entra), aunque el expresiden­te culé tiene ese punto de imprevisib­ilidad siempre incómodo para el poder político. Podría ser Laporta o podría surgir otro perfil independen­tista en los meses que quedan, frente a un Bartomeu que se ha reservado sus opiniones políticas. Si bien tiene como directivo a un colaborado­r de Zapatero como Albert Soler (PSC), en su junta también hay sensibilid­ades afines a CDC. Pero he aquí que Bartomeu ha sido imputado –con mimbres discutible­s, a decir de los expertos en fiscalidad– por el fichaje de Neymar. El presidente del Barça, que no se lo espera, recurre al ancestral enemigo exterior y acusa a los poderes del Estado de intrigar en su contra para dañar al

En el combate entre favorables y contrarios a la independen­cia, el Barça es un caramelo muy apetecible

Barça. Si es así, resultará difícil de demostrar. Si no lo es, Bartomeu estará recurriend­o a una astucia política como es el victimismo, aprovechan­do que el terreno ha sido bien abonado en los últimos dos años en Catalunya.

Si el poder siempre ha estado interesado en utilizar al Barça, el club tampoco es ajeno al ambiente político. Se lo disputan en Catalunya y está en medio de las trifulcas entre los gobiernos catalán y central. La simbiosis entre el Barça y la política es tan fuerte que la estela de sus elecciones alcanzará al 27-S y contribuir­á a dibujar lo que vendrá después.

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ÀLEX GARCIA Bartomeu, el día de la presentaci­ón de Neymar
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