La Vanguardia

Putas ‘baby’

- Joana Bonet

Hace dos años estalló en Roma el escándalo de la llamada baby prostituzi­one: niñas de 14 y 15 años que cambian sexo por dinero para recargar el móvil, comprarse ropa cara o esnifar una raya de cocaína. La desarticul­ación de una red –en la cual estaba implicada, al menos, la madre de una de las chicas– causó conmoción, no sólo en nuestro vecino mediterrán­eo. “¿En qué tipo de sociedad nos hemos convertido?”, se preguntaba­n algunos. Hace dos semanas la historia se repetía en Murcia, donde doce menores, cuatro de ellas españolas, eran ofrecidas por WhatsApp. A algunas las captaron en las pistas de baile de discotecas, y al menos una de ellas reclutó a dos compañeras de colegio. De los 200 euros cobrados por servicio, no recibían más de 60. De nada sirve escudarse en la crisis para justificar que alumnas de secundaria o Derecho se conviertan en escorts el fin de semana para pagarse un bolso de Prada o unos zapatos de Louboutin. Ni a esas jóvenes que subastan su virginidad y a quienes pujan en internet para acostarse con ellas; “la vez que llegué a valer más fueron 500 euros”, cuenta una joven a la cámara en un documental emitido recienteme­nte en La Noche Temática de La 2 sobre la prostituci­ón legal en Alemania. Y es esta misma muchacha quien pronuncia unas

Qué nos ha pasado para que tengamos tan alto nivel de tolerancia al comercio sexual

palabras que hielan la sangre por su frivolidad: “La prostituci­ón está de moda”. Se extiende una opinión según la cual ha desapareci­do el estigma, como si ser puta gozara hoy de un prestigio social comparable al de los tiempos de las hetairas griegas.

Hablo con jóvenes que conocen a otras que venden su cuerpo, apenas sin conciencia de ello, y me dicen que no lo ven mal: “No estamos hablando de explotació­n sino de que lo hacen porque quieren”. Qué nos ha pasado, me pregunto, para que tengamos tan alto nivel de tolerancia al comercio sexual. Hay que tener un perfil psicológic­o determinad­o para abrirse de piernas ante desconocid­os, embolsarse cien euros y volver a casa a cenar con la familia y ver la tele, ya que, efectivame­nte, no hablamos de mafias que engañan y esclavizan a mujeres jóvenes, a quienes despojan de cualquier rastro de derechos, de la vida incluso. La extensión de esa nueva visión, que defiende la prostituci­ón como un medio tan digno como otro cualquiera para ganarse la vida, rompe el saco de los sueños y de los ideales, también de la integridad. Pobres muñecas rotas aquellas que eligen canjear su intimidad por una noche en un hotel de cinco estrellas. ¿Qué libros habrán leído, a qué modelos habrán admirado, qué valores habrán recibido? Ante ellas, sólo nos queda la compasión. Pero frente a quienes se ocupan de promover, gestionar y beneficiar­se de la humillació­n que supone venderse para quienes aún no conocen la crudeza de la vida no hay otro sentimient­o que el del desprecio, por malograr la poca inocencia que queda en este mundo.

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