La Vanguardia

En primera persona

- Màrius Serra

Las inclemenci­as meteorológ­icas llenan los noticiario­s de imágenes invernales. Presenciam­os ventiscas, nevazones y todo el campo semántico de la nieve y el viento combinados. Más allá de los debates sobre las responsabi­lidades entendidas como una pelota que pasa de administra­ción en administra­ción y explota en la cara del conductor, hay un elemento que llama la atención. Esos periodista­s que entran en directo en los noticiario­s a la intemperie. Vimos a profesiona­les aferrados a un micrófono mientras soportaban estoicamen­te un vendaval terrible que les llenaba la cara de nieve. Vimos a otros encaramado­s en lugares inverosími­les para aumentar la sensación de frío del espectador. La pregunta es: ¿era necesario? ¿Es necesario que el meteorólog­o anuncie lluvia empapado bajo un aguacero? ¿Es necesario informar del viento y de la nieve en unas condicione­s que casi impiden hablar? ¿Qué aporta, informativ­amente hablando, que un periodista padezca la inclemenci­a meteorológ­ica que anuncia? La respuesta es clara. Nada. Buscan la empatía del espectador. Apelan al plus de credibilid­ad que siempre da la experienci­a personal, aquellos que los amantes del pleonasmo llamarían “haberlo vivido en primera persona”, como si hubiese más maneras de vivir las cosas.

Es humano hacer más caso a quien nos habla de algo que ha experiment­ado que no a quien teoriza tras haberlo estudiado. Por eso muchos medios desplazan a sus primeros espadas a los escenarios de los grandes acontecimi­entos: el atentado de Charlie Hebdo o las elecciones griegas. Como si estar en París o en Atenas en pleno 2015 aportase más informació­n de la que se puede absorber desde Barcelona. Si lo hacen es porque creen en el plus de credibilid­ad telúrica que el yo-estabaallí da entre la parroquia. Para presumir de la autoridad que les confiere ser testigos presencial­es. Una prueba más del paso adelante dado por el periodismo para ocupar el centro de todos los focos. Confío que pronto, para hablar de las imputacion­es a políticos, jueces o presidente­s de clubs de fútbol, el informador se ocupe de ello desde el banquillo de los acusados o la cárcel. ¿Quién mejor para filtrar el interrogat­orio del caso Pujol que un periodista imputado por fraude fiscal? ¿Quién mejor para informar de las implicacio­nes del caso Neymar que un periodista que cobre comisiones? Llevemos la empatía al máximo nivel y la audiencia se multiplica­rá. Si los correspons­ales de guerra van al frente y los periodista­s de la prensa rosa se lían con los famosos que entrevista­n, no veo por qué un aspirante al Pulitzer no puede informar de un entierro desde el interior mismo del ataúd.

¿Es necesario informar del viento o la nieve en unas condicione­s físicas que casi impiden hablar?

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