La Vanguardia

Casta y brava diva

El Liceu vibra con el Bellini más virtuoso y brinda a Sondra Radvanovsk­y sonados aplausos por su ‘Norma’, un prodigio de sensibilid­ad y fuerza vocal

- Maricel Chavarría Barcelona

El invierno barcelonés entró ayer en una tregua a cuenta de la rotunda interpreta­ción de la soprano Sondra Radvanovsk­y en la virtuosa Norma de Bellini. La artista estadounid­ense hizo una exhibición de sensibilid­ad, potencia y agilidad vocal, dejando al público anonadado con sus exquisitos y muy sinceros pianissimo. Minuto y medio de ovación para la diva al bajar el telón, más otros seis de aplausos para todo el elenco y la orquesta, dirigida por el maestro Renato Palumbo, que se mantuviero­n en franca armonía durante toda la representa­ción.

A diferencia del anterior título de bel canto de la temporada liceísta, Maria Stuarda, ese título de Bellini no se basa en hechos reales sino que es del todo ficticio, aunque se inspira inicialmen­te en la tragedia de Medea, trasladánd­ola a la Galia romana con los celtas como protagonis­tas. La resistenci­a al invasor de este pueblo es un mero pretexto para exponer un drama del más genuino romanticis­mo operístico, esto es, un triángulo amoroso con episodios de cólera, celos y consecuent­e piedad, que en este caso acaba con el sacrificio voluntario de Norma junto a su amante. Una muerte más por amor en el firmamento de la lírica.

El equilibrio vocal de ese trío ya se puso de manifiesto al cierre del primer acto. Radvanovsk­y sacudió al público junto a las no menos potentes voces de la mezzo Ekaterina Gubanova, en el papel de su rival Adalgisa, y del tenor Gregory Kunde, como el impetuoso Pollione. Si bien las tandas de aplausos, que serían continuas durante la función, habían iniciado su in crescendo en la esperada y famosa aria Casta diva, en la que la soprano puso en evidencia que ha sabido beber de las fuentes.

La estela de Maria Callas se coló en escena, y se pudo disfrutar de la prodigiosa capacidad de Radvanovsk­y para modular del forte al pianissimo sin perder un ápice de intensidad. Brillante fue también el dueto con Adalgisa Mi- ra o Norma, todo fuerza y emotividad melódica. A medida que avanzaba la ópera, la soprano fue tomando más posesión de sí misma y del personaje hasta ofrecer un acting vívido como pocos. Al clímax de la última escena llegó dejando quebrar su voz sutilmente con el sollozo del personaje. ¿El público? ¡Sin aliento! Y sin toses. Gracias. El amor se imponía en escena, y era tal el estado gracia que desde la platea parecía posible que los artistas irrum- pieran en un final inédito en el que la pareja protagonis­ta fuera redimida. “No, si ya verás que no mueren”, decían en la fila contigua.

La dramaturgi­a del neoyorquin­o Kevin Newbury subraya la sensación de irrealidad. Cabezas de astados, mucha madera y bosques misterioso­s recreando un espacio sagrado en el que se combina el primitivis­mo del pueblo –algunos con rastas de cibercómic– y la indumentar­ia entre medieval y futurista de las sacerdotis­as.

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A. BOFILL Norma segando el muérdago sagrado antes de cantar Casta diva a la luna
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