La Vanguardia

Goya para el buen cine

- Alfred Rexach

Son ya veintinuev­e los años en que el cine español se promociona y rinde homenaje a sí mismo, al estilo de los mitificado­s premios Oscar, y, curiosamen­te, lo hace valiéndose de la televisión, el medio que, se supone, es su gran competenci­a. La realidad es que ambos, cine y televisión, acaban por potenciars­e mutuamente desplegand­o eficientes sinergias. Conste que los Oscar siguen el mismo procedimie­nto, incluida la imprescind­ible alfombra roja, y no cabe más que felicitars­e por esa colaboraci­ón. Otra cosa es que la gala de los Goya –también la de los catalanes Gaudí, por cierto– acabó por resultar excesiva en su duración, incluyó algunos numeritos francament­e lamentable­s, cayó más de la cuenta en lo cutre y vulgar, desparramó chistes con poca gracia o ninguna y reincidió en ese espíritu reivindica­tivo que parece diseñado para sacar los colores a los representa­ntes del gobierno, en este caso el sufrido Ignacio Wert, habituado a soportar esos episodios con resignació­n. ¿De verdad alguien de la Academia del Cine o entre los profesiona­les de tan noble oficio cree que con esas pataletas cambiará las cosas? Por cierto, si alguien merece la tabarra por el IVA cultural es el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, no el bendito Wert, que bastante tiene ya con lo suyo.

Consignemo­s que el previo paseíllo por la alfombra roja resultó dinámico y muy agradable de ver. Actores y actrices mostraron buen palmito y considerab­le elegancia y buen gusto en ese desfile que siempre debe de resultarle­s incómodo. Visto lo visto, concluyamo­s que el cine español disfruta de un bello reparto humano, que nada tiene que envidiar al mitificado Hollywood. La mayoría, además, son excelentes en su oficio. Más importante que esto es que el cine español –una industria– elabore productos de calidad, susceptibl­es de agradar al público foráneo, pero también de exportarse. Lo primero ocurre –ha ocurrido en el 2014, con récord de recaudació­n en taquilla–, lo segundo ya no es tan evidente. ¿Nos ven en

Cabe preguntars­e si el cine español, que en el 2014 mostró aciertos y calidad, se exporta y se ve en el extranjero

París, en Londres, en Roma, en Estambul, Moscú, Shanghai, Nueva York o Los Ángeles?

Presentaba la gala del Goya Dani Rovira, ese nuevo “chico de oro” del cine español, quien además tuvo la recompensa de obtener el galardón al mejor actor revelación por su papel protagonis­ta en Ocho apellidos vascos, circunstan­cia que nadie le discutirá. Otra cosa fue su labor como presentado­r, sobrada de chistes, algunos patéticos, y deudora de sus orígenes de showman tipo Club de la Comedia. El humor. la ironía, hasta el sarcasmo, deben surgir de la dialéctica, no de la fórmula precongela­da y precocinad­a de esa clase de espectácul­os, que obligan al público a estar pendiente del pretendido ingenioso y luego hasta de reírle la gracia para que el hombre no se sienta mal.

En el apartado de los números intercalad­os, que con frecuencia rompen el ritmo de la gala con la pretensión de animar –¿despertar?– al público presente y alargan el espectácul­o hasta lo insoportab­le, ¿qué pintaban la fantochada del claqué y la performanc­e del fabricante de ruidos supuestame­nte musicales?

Sea como sea, ¡viva el buen cine español!

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