Goya para el buen cine
Son ya veintinueve los años en que el cine español se promociona y rinde homenaje a sí mismo, al estilo de los mitificados premios Oscar, y, curiosamente, lo hace valiéndose de la televisión, el medio que, se supone, es su gran competencia. La realidad es que ambos, cine y televisión, acaban por potenciarse mutuamente desplegando eficientes sinergias. Conste que los Oscar siguen el mismo procedimiento, incluida la imprescindible alfombra roja, y no cabe más que felicitarse por esa colaboración. Otra cosa es que la gala de los Goya –también la de los catalanes Gaudí, por cierto– acabó por resultar excesiva en su duración, incluyó algunos numeritos francamente lamentables, cayó más de la cuenta en lo cutre y vulgar, desparramó chistes con poca gracia o ninguna y reincidió en ese espíritu reivindicativo que parece diseñado para sacar los colores a los representantes del gobierno, en este caso el sufrido Ignacio Wert, habituado a soportar esos episodios con resignación. ¿De verdad alguien de la Academia del Cine o entre los profesionales de tan noble oficio cree que con esas pataletas cambiará las cosas? Por cierto, si alguien merece la tabarra por el IVA cultural es el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, no el bendito Wert, que bastante tiene ya con lo suyo.
Consignemos que el previo paseíllo por la alfombra roja resultó dinámico y muy agradable de ver. Actores y actrices mostraron buen palmito y considerable elegancia y buen gusto en ese desfile que siempre debe de resultarles incómodo. Visto lo visto, concluyamos que el cine español disfruta de un bello reparto humano, que nada tiene que envidiar al mitificado Hollywood. La mayoría, además, son excelentes en su oficio. Más importante que esto es que el cine español –una industria– elabore productos de calidad, susceptibles de agradar al público foráneo, pero también de exportarse. Lo primero ocurre –ha ocurrido en el 2014, con récord de recaudación en taquilla–, lo segundo ya no es tan evidente. ¿Nos ven en
Cabe preguntarse si el cine español, que en el 2014 mostró aciertos y calidad, se exporta y se ve en el extranjero
París, en Londres, en Roma, en Estambul, Moscú, Shanghai, Nueva York o Los Ángeles?
Presentaba la gala del Goya Dani Rovira, ese nuevo “chico de oro” del cine español, quien además tuvo la recompensa de obtener el galardón al mejor actor revelación por su papel protagonista en Ocho apellidos vascos, circunstancia que nadie le discutirá. Otra cosa fue su labor como presentador, sobrada de chistes, algunos patéticos, y deudora de sus orígenes de showman tipo Club de la Comedia. El humor. la ironía, hasta el sarcasmo, deben surgir de la dialéctica, no de la fórmula precongelada y precocinada de esa clase de espectáculos, que obligan al público a estar pendiente del pretendido ingenioso y luego hasta de reírle la gracia para que el hombre no se sienta mal.
En el apartado de los números intercalados, que con frecuencia rompen el ritmo de la gala con la pretensión de animar –¿despertar?– al público presente y alargan el espectáculo hasta lo insoportable, ¿qué pintaban la fantochada del claqué y la performance del fabricante de ruidos supuestamente musicales?
Sea como sea, ¡viva el buen cine español!