Un recorrido por la fauna del antiguo Egipto
Una exposición en CaixaForum Madrid analiza usos y significados de la fauna egipcia
Línea 1: encomendémonos a Tot, al babuino hamadryas. Representa al dios de la escritura y de la medición del tiempo, algo así como el dios del periodismo escrito; este Tot es una maravillosa escultura de sílice, plata y oro, de color turquesa, de apenas quince centímetros de altura, fechada entre los años 664-332 antes de Cristo y procedente de Tuna el-Yebel y, desde hoy, una de las estrellas de la exposición que abre en CaixaForum Madrid, Animales y faraones. El reino animal en el Antiguo Egipcio. Una fabulosa pieza en la que se combinan formas de mono y de halcón con motivos ornamentales: el sol, ni más ni menos, en forma de disco dorado en la coronilla. Y ahora, que Tot nos lleve hasta la línea 222.
La muestra es un arca de Noé de sesenta especies animales, 430 piezas, entre ellas 14 momias de bichos, que es fruto del acuerdo suscrito en el año 2009 entre el museo del Louvre y la Obra Social La Caixa. Llega desde Lens, al norte de Francia, donde el megamuseo parisino abrió su primera subsede, y estará en el paseo del Prado hasta el 23 de agosto. Después, recalará en Barcelona. 260 de las piezas han sido restauradas (algunas, simplemente limpiadas) para la ocasión. Una treintena no estuvieron en la muestra de Lens y para su periplo actual han sido sustituidas con otras de la Fundació Arqueològica Clos, del Museu de Montserrat, del de Ciències Naturals de Barcelona y del Museo Nacional de Ciencias Naturales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, así como de la Bibliothèque Centrale des Musées Nationaux francés.
La Caixa y el Louvre trabajan ahora en dos exposiciones más, una sobre el pintor francés del XVII Charles Le Brun y otra sobre pintura femenina romana, según avanzó la directora general adjunta de la Fundación Bancaria La Caixa, Elisa Duran.
La exposición presentada ayer es en realidad una sinécdoque, porque con esta pequeña parte del arte egipcio –muy manejable, transportable y comprensible: ¿qué niño no adora los leones?– la museografía puede ramificarse hasta explicar o tratar de explicarlo casi todo de aquella cultura, de la alimentación al menaje del hogar y de las conquistas bélicas a la galaxia de divinidades.
El recorrido se divide en nueve etapas, en las que el Louvre y La Caixa han organizado en realidad el cosmos faraónico. Porque los animales daban de comer o eran engullidos o servían para cazar, pero además vigilaban y hacían compañía, y servían materia prima para la ropa y, sobre todo, cumplieron una función mitológica. Como en tantas culturas de la antigüedad, pero menos. Ninguna como la egipcia se sirvió de la imagen de los animales para representar sus miedos y esperanzas. Un 20% de sus jeroglíficos, de hecho, son animales.
También nos revela que la corrupción no se inventó a este lado del Mediterráneo: se exhibe el llamado “papiro de Heru”, un documento de periodo Ptolemaico (siglo II aC) en el que el escriba Heru –acaso guiado por Tot– denuncia cómo ha sido amenazado de muerte por algunos sujetos al inspeccionar un santuario y haber descubierto que no se corresponde el registro de entradas con el contenido real; de modo que alguien ha vendido momias y ofrendas... El documento está coronado por una delicada figura de halcón.
Desde muy pronto, desde que agoniza esta civilización, su culto y veneración por los bichos generó en los cronistas una suerte de condescendencia. Como explicó ayer Hélène Guichard, conservadora-jefa del Departamento de Antigüedades Egipcias del Louvre, durante la presentación del evento, y como recoge el lujoso catálogo que la sintetiza, ya Clemente de Alejandría escribe, alre-
dedor del siglo II después de Cristo, que “los templos de los egipcios, sus propileos y sus atrios, están magníficamente construidos; sus patios están rodeados de columnas […]; las naos brillan con el destello del oro, la plata y el electro y de las piedras preciosas procedentes de la India y de Etiopía; los santuarios, tapados con cortinajes bordados de oro, quedan en la penumbra. Pero si avanzáis hacia el fondo del recinto y buscáis la estatua a la que está consagrado el templo […] ¿Qué veréis entonces? ¡Un gato, un cocodrilo, una serpiente autóctona o cualquier otro animal de este tipo! El Dios de los egipcios parece… ¡Es una fiera salvaje que se revuelca en un lecho de púrpura!”.
No es un zoo kitsch. Al babuino Tot –que también aparece grabado en la cabeza de otra pieza que representa al sacerdote Yuyu, una pieza de granito rosa también de la XIX Dinastía– le acompañan seis de- cenas más de especies animales de entre unos pocos milímetros, como la pareja de caballos que corona un anillo (no apto para hipermétropes, aunque se ha instalado una lupa), hasta el equipo de cuatro de sus congéneres que estuvo en la base del obelisco oriental del templo de Luxor, la pieza más grande y pesada de la muestra, fechada en la XIX Dinastía, en el reinado de Ramsés II, hacia 1279-1213 aC. Esta obra nunca había salido del Louvre; desde que fue trasladada a Francia, se entiende, porque la mayor parte de sus días estuvo en Egipto. Guichard relató ayer que el conjunto, imponente, estuvo durante sus primeros años en Francia en la plaza de la Bastilla, pero que el realismo del escroto del cuarteto obligó a finales del siglo XIX a su encierro en el museo.
Y luego está el hipopótamo, un capítulo aparte. Tot no quiera que se convierta en trendy y aparezca en todas las tiendas kitsch. Se trata de una figura turquesa que representa tanto el animal como el Nilo. Además del azul en que está pintado, luce toda una galería de ramas y flores, símbolos del río. Fechado en el siglo XVII aC, fue hallado en Tebas, en la tumba del escriba Neferhotep, y simboliza la regeneración, que eso fue el Nilo, un permanente cambio, una anual e inquietante crecida y decrecida, mortal por exceso y por defecto. Pero este hipopótamo fue hallado en una tumba, y eso le añade semántica. Es el sol que surge de las aguas, es la resurrección del difunto. Otro hipopóta- mo nos explica cómo pasaban el rato. El animal sirve de tablero para el juego de los 58 agujeros, una especie de juego de la oca en el que dos contendientes debían avanzar y cortarse el paso, en función del remate del palillo que insertaran.
Y ahora, ¿cómo vive el Louvre lo que está ocurriendo con el patrimonio mesopotámico, del que es en buena parte custodio? ¿Se siente reforzado el museo en el histórico litigio con los países de origen de las piezas, ante lo que les está ocurriendo a las de Iraq a manos de los fanáticos islamistas? Guichard echó balones fuera, aunque anunció una próxima muestra sobre arte mesopotámico y celebró que, por otro lado, los daños sufridos puntualmente por los museos egipcios se han debido a causas económicas y no religiosas. A la protección de Tot, en definitiva.