Fantasmas del pasado
El supremo de Texas debe dirimir si es legal lucir la bandera confederada en las matrículas del estado, un símbolo racista, ofensivo, y defendido por buena parte de los texanos.
Los nostálgicos siguen en la lucha. Los confederados perseveran en su resistencia, pasados 150 años de la batalla de Appomattox –esta efeméride se conmemora el 9 de abril–, que marcó el final de la guerra civil en Estados Unidos.
No dan el brazo a torcer, pero los herederos del espíritu del general Lee ya no persiguen conquistar el sur por las armas. Ahora sólo aspiran a un espacio muy limitado, de no más de 15,2 centímetros. En lugar de bayonetas, su confianza la han depositado en el estilete verbal de sus abogados.
Su ambición territorial no es mayor que la placa de la matrícula de un coche, identificada por el símbolo de la bandera confederada. Su munición consiste en apelar a la libertad de expresión –primera enmienda de la Constitución federal–, cuando su credo fundacional negaba a los negros la libertad de movimiento y casi la de respirar.
Un país de paradojas. James Perkins jr., el primer alcalde negro de Selma (Alabama), la ciudad que en 1965 se convirtió en el símbolo de la lucha contra la versión estadounidense del apartheid, explicó cómo, al poco de salir elegido en el año 2000, un grupo de ciudadanos financió e instaló una estatua en memoria de Nathan Bedford Forrest, teniente general sudista y uno de los fundadores del Ku Klux Klan (KKK), sin que él pudiera hacer nada. Su único poder fue desterrarlo del centro de la la ciudad, donde lo colocaron, y enviarlo al cementerio de los confederados.
Perkins se preguntó en voz alta, a principios de marzo, con motivo del 50º. aniversario del domingo sangriento: “¿Alguien se imagina que en Alemania erijan monumentos a los generales nazis o que festejen su derrota en la Segunda Guerra Mundial?”.
Texas ha alcanzado el rango de ejemplo de esa contradictoria idiosincrasia.
En el Estado de la estrella solitaria, los homenajes a la Confederación se manifiestan de diversas maneras, desde la fiesta anual de los héroes, a los diferentes monumentos levantados en Austin alrededor del Capitolio. Hace más de un siglo que ondea una bandera sudista grabada en una placa de mármol.
Sin embargo, y a diferencia de otros nueve estados, los ciudadanos no pueden estampar esa bandera en las matrículas de sus coches. El Gobierno estatal se lo ha prohibido al catalogar de “ofensiva y racista” esa manifestación. El caso ha llegado al Tribunal Supremo, a la corte de Washington, que la resolverá antes del cierre por vacaciones de verano.
Este combate legal en nombre de la primera enmienda ha originado alianzas que, de nuevo, expresan la gran paradoja. A la organización promotora, Sons of Confederate Veterans (hijos de veteranos confederados), se han sumado los conservadores antiabortistas o los progresistas de la American Civil Liberties Union, entre otros. “En una sociedad libre, los discursos ofensivos no sólo han de ser tolerados, sino que se han de celebrar como muestra de salud democrática”, según un comunicado de apoyo.
El asunto tiene su qué. Texas ofrece más de 400 tipos de matrículas, con las que recauda unos 17,6 millones de dólares anuales. Sus eslóganes dicen cosas así: “Elige la vida”, “Combate el terrorismo” o “Dios bendiga Texas”. Pero también las hay de Dr. Pepper, de cadenas de burritos o hamburguesas, de los boys scouts, de madres contra la conducción etílica o de apoyo a las donaciones de sangre o a equipos deportivos.
En la vista oral celebrada en el Supremo, los nueve magistrados, independientemente de su adscripción ideológica, parecieron estar a disgusto con ambos. Los jueces constataron que el Estado sólo muestra un criterio al aceptar mensajes: el dinero que recauda. Pero el abogado demandante no tuvo más remedio que reconocer que, de ganar, se abre la puerta a “insultos raciales” o “a celebrar a Al Qaeda o a los nazis”.
El Supremo decidirá si Texas, que permite más de 400 tipos de matrículas, vulneró la libertad de expresión