Triunfo histórico de la oposición en las presidenciales de Nigeria
El general Buhari vence al presidente Jonathan, que admite la derrota
La brisa del cambio se convirtió ayer en un vendaval. El veterano general Muhammadu Buhari, líder de la oposición y antiguo mandatario durante la dictadura, es el nuevo presidente de Nigeria. Ayer ganó las elecciones por amplia mayoría a un Jonathan Goodluck que reconoció su derrota y le telefoneó pare felicitarle y desearle suerte.
“Gracias a este gesto, Jonathan será recordado como un héroe”, señaló un portavoz de Buhari. Esta llamada evitará que se repita la violencia postelectoral del 2011, cuando hubo 900 muertos después de que Jonathan derrotara a Buhari. Es un hito histórico en la primera economía africana que el poder cambie de manos de forma pacífica y democrática.
Desde que los militares dieron paso a la democracia en 1999 siempre había gobernado el Partido Democrático Popular, pero Jonathan, lastrado por la corrupción, la desigualdad social (el 60% de la población vive con menos de dos dólares al día) y el terrorismo de Boko Haram, que sólo este año ha causado ya un millar de muertos, no ha podido revalidar la victoria.
Buhari, musulmán y del norte, obtuvo el 53,2% de los votos y aventajó en más de tres millones a Jonathan, cristiano y del sur, que se quedó en el 42,8%. El recuento seguía anoche en tres de los 36 estados de la federación nigeriana pero la diferencia era demasiado grande para que Jonathan pudiera darle la vuelta.
El general Buhari, que gobernó Nigeria entre 1983 y 1985 –entró y salió del poder por las armas– se impuso en 21 de los 36 estados, incluido Lagos, sede de la capital comercial, y Kano, el más importante del norte. Era la cuarta vez que se presentaba a las elecciones.
Los observadores de la ONU, la UE y la Unión Africana detectaron fallos de comunicación y logística pero no una manipulación sistemática del proceso. Los 150.000 lectores electrónicos de los carnets de identidad funcionaron bien y evitaron el fraude. Gracias a ello, muchos nigerianos tuvieron la sensación, por primera vez, de que el cambio estaba en sus manos, y en su voto.
Los estados del norte se volcaron con Buhari, mientras que los del sur no votaron en masa como necesitaba Jonathan.
Ir a votar en el norte de mayoría musulmana, y donde domina la etnia de los hausa-fulani –a la que pertenece Buhari– no era nada fácil. Boko Haram había advertido de que atacaría los colegios electorales y, de hecho, 50 personas perdieron la vida en varios atentados durante la jornada elec- toral. Aún así, la votación siguió adelante y el último estado en entregar sus cifras de votos fue Borno, el epicentro de la insurgencia de Boko Haram en el nordeste del país. La espiral descontrolada y mortal de la banda fundamentalista, que asesinó a 13.000 personas sólo en 2014 y ha echado de sus casas a 1,5 millones de nigerianos, fue el principal clavo en la tumba política de Jonathan.
Los nigerianos han entendido que las elecciones eran una salida a la corrupción, el terrorismo y la desigualdad y, pese a las amenazas, han votado sin miedo. Una gran noticia en un continente poco acostumbrado a ellas.
Jonathan cae lastrado por el terrorismo yihadista de Boko Haram, la corrupción y la desigualdad