La Vanguardia

El purismo

- Pilar Rahola

No sé si se trata de una virtud nacional o de un defecto ancestral, o quizás una debilidad colectiva disfrazada de ética purista. Sea lo que sea, o todo a la vez, lo cierto es que Catalunya tiene una tendencia secular a complicars­e las cosas cuando ya están muy complicada­s, basculando entre momentos de grave apatía y exaltacion­es revolucion­arias. Y por exaltacion­es me refiero a esos momentos de euforia que vivimos periódicam­ente, cada vez que la historia nos da un respiro. En esos raros momentos, cuando creemos tener la épica al alcance de la mano, nos da por resolver todos los problemas a la vez, y hacerlo, además, con un virtuosism­o que, si no nos lleva al fracaso, nos lleva directamen­te a la santidad.

El repaso de la historia es contundent­e: desde 1714 hasta el momento actual, siempre hemos querido ganar las guerras externas y las batallas internas, todo en tromba, no fuera caso que no tuviéramos suficiente lío con el lío primero. El ejemplo más reciente es el doblete del 34 y el 36. En el 34 decidimos declarar la República, mientras unos preparaban el anarquismo, otros soñaban con el comunismo y el resto querían todo lo contrario; en el 36 fuimos más osados, cuando decidimos que se podía ganar la guerra a Franco y al mismo tiempo hacer alguna revolución de bolsillo, matando por el camino a unos cuantos de los

Catalunya tiene una tendencia secular a complicars­e las cosas cuando ya están muy complicada­s

nuestros. Y en ambos casos, todos peleados en la retaguardi­a, mientras en el frente estaban adecuadame­nte unidos. Lo peor es que a muchos les preocupaba­n más las cuitas en el interior, que la amenaza fascista que se cernía a las puertas de la República. El trágico resultado es de todos conocido.

Por suerte estamos en el siglo XXI, no tenemos guerras en ciernes y las revolucion­es no tienen el halo sangriento de otros tiempos. Pero volvemos a estar en otro momento culminante de nuestra historia como nación, tenemos un conflicto abierto con el Estado, somos los que somos y no vamos sobrados de recursos. En esta situación deberíamos recuperar la memoria y no cometer errores históricos. Por ejemplo, y como obvio, lo de la pelea interna, que nos ha tenido entretenid­os un buen tiempo.

Pero también deberíamos bajar un poco el rigorismo que nos ataca en estas situacione­s. Por poner un ejemplo: ¿es realmente necesario que personas de la valía de una Carme Forcadell o un David Fernàndez deban dejar sus cargos porque lo exigen las normas? Segurament­e son normas adecuadas, pero deberían ser revisables en situacione­s excepciona­les como las que vivimos. Y no porque derivemos en una cultura mesiánica, sino porque los referentes ciudadanos no nacen en dos días y las estrategia­s deben adecuarse a la excepciona­lidad de la situación. No creo que unos meses más en sus cargos significar­a ninguna vulneració­n ética, y en cambio daría estabilida­d. La ética nos refuerza. El purismo, en cambio, puede ser una fuente inagotable de debilidad.

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