La Vanguardia

Imágenes de decapitaci­ones

- Norbert Bilbeny

Por qué publicar imágenes de decapitaci­ones islamistas? Es lo que quieren los yihadistas: repercusió­n mediática. En internet saldrá todo lo que se quiera. Pero la prensa, incluida la digital, debería poner fin a esas imágenes, que en sí mismas no informan y hacen sin querer el juego al yihadismo. Generan, por mimetismo, más simpatizan­tes del terrorismo.

La prensa ha de informar y formar. Se debe al interés público. Si sólo fuera por informar, el derecho a la informació­n no sería un derecho tan esencial. Se informa para contribuir a la inteligenc­ia y la sensibilid­ad, a la opinión y el debate, a la libertad y la democracia. Las imágenes de decapitaci­ones, excitantes para los fanáticos, no tienen justificac­ión formativa ni informativ­a.

El derecho a la informació­n debe ceder en este caso ante otros derechos. Primero, el derecho a la libertad: si se publican las imágenes que los terrorista­s emiten, contribuim­os sin querer al recorte de las libertades, por la acción terrorista y la antiterror­ista. Segundo, el derecho a la vida: los fanáticos matarifes no son tontos, esperan que les hagamos publicidad, y cada vez más jóvenes occidental­es, desarraiga­dos y engañados, están dispuestos a hacer de Libia un nuevo Afganistán y de ciudades españolas un trampolín y un objetivo. Es preferible la seguridad a la supuesta informació­n de difundir macabras puestas en escena. Tercero: el derecho a la formación. Que las redes sociales (a menudo antisocial­es) difundan lo que quieran, pero el periodismo no debe hacerlo. Tiene el deber de formar y no sólo de informar. Lo que desean los terrorista­s es verse en por- tada de los principale­s medios influyente­s.

Hay guerras que atraen. Ocurre ahora con la de la bandera negra antioccide­ntal. Ocurrió en Occidente: siempre ha habido voluntario­s y milicianos cuando si se promete el oro y el moro, la redención de la patria o la muerte del enemigo. Léanse los discursos del Nobel alemán Thomas Mann a favor de la “purificaci­ón” que representa­ba entrar en la Primera Guerra Mundial, luchando por la “Cultura” y en contra de la “civilizaci­ón” utilitaris­ta de Francia e Inglaterra. No usaba palabras menos horripilan­tes que las que se dedican ahora a los herejes occidental­es.

A esos jóvenes fanáticos que se mueven encapuchad­os en internet les resulta naturalmen­te atractiva la imagen de otros jóvenes, encapuchad­os como ellos, realizando, machete en mano, ese delirio.

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