La Vanguardia

‘El sopar’, 1974

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Heuelto a ver El sopar, el documental que Pere Portabella filmó en 1974, el mismo día de la ejecución de Puig Antich. En plena clandestin­idad, lejos de Barcelona, con extremas medidas de seguridad, el cineasta juntó a cinco ex-presos políticos que sumaban más de cincuenta años de prisión efectiva en las cárceles franquista­s. En torno a una mesa, hablaron de la militancia y de la experienci­a en la cárcel, de la represión y las huelgas de hambre, del activismo político y de la resistenci­a.

Portabella tenía que asistir la semana pasada a Granada, para clausurar el ciclo donde se presentaba su filme, pero recibió un correo en que se le comunicaba que “siguiendo instruccio­nes de instancias superiores y sintiéndol­o mucho, debemos abortar el viaje”. Portabella denunció un veto directo de José Torrente, diputado de Cultura del PP. La noticia saltó inmediatam­ente a las redes, justo el día que se había orquestado una campaña internacio­nal de apoyo al escritor Erri de Luca, quien se ve amenazado por una acusación de sabotaje por haber expresado su oposición a la construcci­ón del tren de alta velocidad en el valle italiano de Susa, y que se enfrenta a la posibilida­d de ser condenado a cinco años de cárcel. En ambos casos, por medios distintos y con alcance diferente, la opinión pública se ha visto confrontad­a a los intentos de limitar lo que Erri de Luca ha denomina- do “la palabra contraria”: la oposición política a través de la palabra.

La película de Portabella, evidenteme­nte prohibida por el franquismo, parece que todavía molesta, cuarenta años después. O molesta, para ser más precisos, la voz del director que la filmó, el testimonio que podría hablar de todo ello. En El sopar se puede escuchar la importanci­a social de la ciudadanía cuando se recuerda, frente a la reclusión de los presos, que “la calle es la que garantiza el triunfo”. Se puede escuchar, también, algo que, para todos los participan­tes en el filme, es una evidencia, que “cada militante, esté donde esté, constituye por sí solo un frente de lucha”. Y se puede escuchar, finalmente, cómo el régimen, aparte de la represión y de la voluntad de silenciar las voces de la oposición, lo que pretendía, por encima de todo, era “que nos rindiéramo­s, que nos entregáram­os, eso querían”: “quieren secarnos, quieren despolitiz­arnos, que nos olvidemos de todo”.

Y, sobre todo, antes del durísimo silencio con el que se acaba la película, uno de los finales más brutales de la historia del cine español, puede escucharse la intervenci­ón de una memorable Lola Ferreira que, frente a la tentación nostálgica de la tristeza, dispara: “Una de las causas que considero fundamenta­les para un proceso de lucha es precisamen­te un entusiasmo por la vida, una pasión, una energía”. Ese sea, tal vez, el peligro de la palabra contraria, ayer y hoy: eso que Spinoza llamó alegría, conquistar la potencia de actuar.

La palabra temible.

La película de Portabella, prohibida por el franquismo, todavía molesta, cuarenta años después

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