El líder no cede y gana en Vigo con sufrimiento
Un Barça práctico se impone en Balaídos con un gol a balón parado
En el preciso instante en que el autocar del Barcelona salía del aeropuerto de Vigo con dirección al hotel comenzaba el partido, que derivó en masacre, del Bernabeu. El equipo blaugrana estaba obligado a ganar para mantener las diferencias en el liderato, pero se topó con un rival mucho más aplicado que el Granada y terminó sudando sangre en un partido sin amo para adjudicarse una victoria a la nueva usanza, a balón parado, cuando en el banquillo de Luis Enrique empezaba a cundir el pánico.
Berizzo efectuó un planteamiento generoso, con tocadores en busca de la posesión y una pre- sión jugador por jugador que impidió que el Barça adquiriera dominio y continuidad. Así, las transiciones blaugrana se hicieron pesadas e ineficaces, en primer lugar porque Mathieu y Adriano evidenciaron carencias en la combinación. Por otra parte, el centro del campo apenas existía, con un Rafinha desaparecido y un Iniesta superado. En estas circunstancias es lógico que a la potente línea ofensiva le costara entrar en dinámica. Neymar no ha regresado del carnaval, y Suárez estaba intranquilo e impreciso. Messi intentó asumir el peso del equipo en la primera mitad, bajó hasta la defensa en busca de pelotas, desequilibró y ensayó individualidades, pero no estuvo acompañado. El Barça era, más que nunca, Messi y unos cuantos más en cuanto al juego ofensivo.
Aunque el Barcelona consiguió una fase de dominio a mediados del primer acto, en este periodo el Celta tuvo siempre el partido en sus coordenadas. Suya fue la primera oportunidad, un remate cruzado de Larrivey a pase de Nolito (los mismos protagonistas del gol del Camp Nou) que Bravo abortó con una intervención del altísimo valor. La respuesta, una jugada individual de Messi culminada con un disparo rechazado por Sergio. La pelota quedó muerta a pies de Neymar, que remachó alto. El Barça extra- viaba balones en exceso y, lo que es peor, en fase de construcción, circunstancia que facilitó los despliegues locales y ocasionó problemas a Bravo, que a la media hora tuvo que arriesgarse a cometer penalti en una salida a pies de Nolito. Y a Larrivey le faltó frialdad cuando, al filo del descanso, optó por rematar al primer toque, desviado, cuando se encontraba en el interior del área y más libre de marcaje que el banderín del córner. Una posición idónea para controlar y machacar.
Rafinha había sido recibido en Balaídos con una ovación. En los marcadores se proyectó un men- saje de bienvenida con la fotografía del cuerpo técnico del Barça, que la temporada pasada fue el del Celta. En el descanso, Luis Enrique no tenía nada que celebrar. Su equipo estaba obligado a cambiar drásticamente y se comenzaba a percibir la presión del 9-1 del Real Madrid. Tic, tac, tic, tac, que diría Pablo Iglesias. El técnico tuvo que mover piezas e introdujo a Xavi por el desafortunado Rafinha, que se retiró ovacionado, no en vano había sido, la temporada pasada y también ayer, un céltico más.
Cuando, en la reanudación, Neymar por fin apareció, marcó un gol precioso, pero tan desafortunado está el brasileño que Bikandi se lo invalidó de manera incorrecta por fuera de juego.
El Barça persistió impreciso y no eliminó un escenario de intercambio de golpes que dio una ocasión de oro al Celta cuando Charles se quedó solo ante Bravo. Sólo un milagro podía evitar el gol, y fue obrado por Piqué, que llegó con el alma para interceptar el remate del delantero. El central volvió a estar inconmensurable.
Y en la jugada siguiente, el golpe. Una falta ejecutada por Xavi desde la izquierda y rematada de cabeza por Mathieu en el segundo palo. La estrategia salvaba al Barça. “Hemos trabajado con la misma intensidad la estrategia y las jugadas a balón parado desde principio de temporada porque sabemos que muchos partidos se pueden decidir en este tipo de jugadas”, había dicho el sábado Luis Enrique de manera premonitoria. Mathieu ya había marcado de cabeza en el partido anterior, contra el Real Madrid.
El partido tuvo adrenalina y desorden hasta el final, cuando Orellana fue expulsado por lanzar un puñado de césped a Busquets y a Messi se le escapó por centímetros una vaselina. Por centímetros el Barça saldó con éxito el principio de la cuenta atrás para el título.