La Vanguardia

Huir del odio

- Francesc-Marc Álvaro

He leído un artículo excelente de Agustí Colomines sobre Bach, la Semana Santa y sus recuerdos como hijo de una familia antifranqu­ista. Es un papel delicado que ilumina intensamen­te la educación de una clase media que –viniendo de una precarieda­d material muy grande– hizo todo lo posible para crear un país más civilizado y más libre. Colomines escribe –recordando cómo sus padres escuchaban, cada Viernes y Sábado Santo, el disco de La Pasión según San Mateo– que todo aquello le impactó como nunca otro hecho cultural. El historiado­r añade una confesión que vale la pena subrayar: “La música y la literatura me salvaron del odio”. No todo el mundo puede decir lo mismo. Por ejemplo, hay quien, cada semana y en sábado, vomita el triste espectácul­o del odio obsesivo envuelto en el insulto más rancio.

Salvarse del odio debería ser la primera obligación moral, sobre todo de los que se dedican a la cosa pública, y también la de los que comentamos lo que pasa desde los medios. A raíz del accidente del avión de Germanwing­s, la catalanofo­bia más salvaje se hizo presente en las redes sociales. No se trata de nada nuevo ni excepciona­l, sólo lo pareció porque el hecho que servía de excusa tiene una dimensión trágica. La fobia a los catalanes (no sólo a los nacionalis­tas o soberanist­as) es una constante documentad­a des-

El odio a lo catalán forma parte de un sustrato prepolític­o que no ha desapareci­do

de hace siglos y tiene relaciones con otras fobias hispánicas, como la judeofobia. El odio a lo catalán forma parte de un sustrato prepolític­o que no ha desapareci­do. La política oficial se limita a activar esta catalanofo­bia cuando le conviene, como hizo el PP cuando recogía firmas contra el Estatut.

¿Qué importanci­a política hay que dar a la catalonofo­bia? La de un síntoma. Y la de una expresión de poder que nos permite detectar la parte fuerte del conflicto. Obviamente, la mayoría de los ciudadanos de las Españas no está de acuerdo con los tuits que celebraban la muerte de pasajeros catalanes. El grado de esta catalanofo­bia reciente es tan exagerado que hace saltar todas las alarmas, y por eso el Ministerio del Interior –en este caso, sí– se ha puesto a perseguir a los autores de los tuits.

Para comprender bien el problema hay que analizar los mensajes de odio que no tienen que ver con el accidente de Germanwing­s, los que el fiscal general nunca tiene en cuenta. Hablo de cuando la catalanofo­bia ya no es percibida como tal, porque se mueve en un nivel que provoca poco o ningún rechazo en la sociedad española. Lo ilustró perfectame­nte el delegado del Gobierno en Andalucía cuando presentó el origen catalán de Rivera como un defecto. La catalanofo­bia diaria es eso, como lo es la frase “antes alemana que catalana”, pronunciad­a cuando Gas Natural lanzó una opa sobre Endesa. El soberanism­o –el viejo y el nuevo– también responde al deseo de huir de este odio, que algunos ven tan natural como el aire que respiramos.

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