La Vanguardia

Cambios de última hora

- Màrius Serra

Un profesor de primaria nos dijo hace muchos años que un día la gente trabajaría noche y día. Creímos que exageraba, pero su profecía se ha cumplido. Más allá de la invasión horaria de la vida laboral, que puede ser relativame­nte regulada, la sensación de cinta de Moëbius se apodera de nuestras vidas. La digitaliza­ción de la prensa ha transforma­do el relato informativ­o en un plano secuencia interminab­le y cada vez es más importante saber colocar las pausas para sobrevivir. Una prueba notable de este flujo informativ­o de continuida­d sostenida ha sido la catástrofe aérea del vuelo Barcelona-Dusseldorf. El mecanismo de relojería que se activó la mañana del martes 24 de marzo estableció una nueva manera de medir el tiempo. Las consecuenc­ias fueron muy visibles en todos los ámbitos, y los medios de comunicaci­ón actuaron como cadenas de transmisió­n del nuevo tempo. Una de las consecuenc­ias más inmediatas fueron los tres días de duelo. El miedo a meter la pata con algún comportami­ento inadecuado (a dos meses de unas elecciones) hizo que se suspendies­en múltiples convocator­ias. La mañana misma de la catástrofe los correos electrónic­os iban y venían para anunciar la suspensión o aplazamien­to de infinidad de actos. La palabra duelo salía en todos. El estado de shock era tan general que, a pesar de los perjuicios que las anulacione­s pudiesen provocar, todos respondían aliviados por la suspensión. Como si se hubieran quitado un peso de encima. Lo viví con la fiesta literaria del II Premi Borni, que debía celebrarse la tarde del jueves 26 de marzo en el Born Centre Cultural y tuvimos que aplazar hasta este jueves, 9 de abril. Había que contrastar las agendas de doce autores del renombre de Jorge Wagensberg, Pilar Rahola, Rosa Regàs, Joan Carreras, Vicenç Villatoro o Jordi Soler, reconfirma­r la presencia de los diez lectores finalistas del premio (sólo uno de ellos será el ganador) y comunicar la nueva fecha a la cincuenten­a de lectores o miembros de clubs de lectura que ya habían confirmado su asistencia. Casi todo el mundo respondió con un sí incondicio­nal y sólo una persona reaccionó con una crítica razonada sobre la inoportuni­dad de la suspensión con el argumento de que la vida sigue. El dilema nunca es si debe seguir o no, porque es una evidencia que sigue. La verdadera cuestión es establecer cuándo se puede retomar la agenda. Hay gente incapaz de asumir el más mínimo cambio de planes y otros que viven esperando la ocasión de saltarse los compromiso­s. Esos responderí­an a la arquetípic­a definición de la vida como aquello que nos sucede mientras hacemos otros planes.

El dilema nunca es si hay que seguir con la vida o no: la verdadera cuestión es establecer cuándo retomar la agenda

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