La Vanguardia

El retorno, ¿al paraíso o al averno?

- Bruno García B. GARCÍA, cardiólogo del hospital Vall d’Hebron, patrón del ‘We Are Water’

Tras completar la circunvala­ción del globo, ya saben que en la BWR los agotados tripulante­s y castigados barcos deben remontar el Atlántico Sur y Norte, para finalmente, y a diferencia de la otra gran regata de vuelta al mundo sin escalas, reencontra­rse con nuestro estimado mar Mediterrán­eo en el regreso a Barcelona.

No es baladí esta diferencia, pues como saben la entrada al Mediterrán­eo desde el Atlántico se hace por el estrecho de Gibraltar, el cual ya dejamos en nuestra estela hace tres meses. Al tratarse de un estrecho que comunica mar con océano está plagado de trampas y trucos para el navegante. Les enumeraré los más comunes y más temidos por orden: tráfico intensísim­o de barcos mercantes con zona de paso convenida que debemos respetar navegando a vela; artes de pesca por doquier, las cuales suelen tener apetencia por nuestros sofisticad­os timones, derivas y quilla; viento generalmen­te en contra para entrar en el Mediterrán­eo que puede llegar a ser extremada- mente violento y racheado; corrientes de difícil interpreta­ción pero a la vez intensas, y por último autoridade­s o semejantes del país vecino que pueden y suelen tener la oportunísi­ma idea de acercarse a preguntar, o incluso tratar de revisar el barco. Aunque pueda parecerles una broma, así sucedió en la anterior edición. Y les aseguro, por experienci­a propia, que no es agradable en estas condicione­s tratar de convencer a gente mostrándot­e las armas como gesto de acercamien­to, tras tres meses sin ver otra alma que no sea la de tu compañero de barco.

Pues visto así, ya pueden comprender por qué el paso por Gibraltar en general no tiene nada de sencillo trámite. Es un potencial escollo que debemos salvar antes de volver al Mediterrán­eo.

Pero ¿y este? No seré yo quien les descubra que en el Mare Nostrum se han vivido enormes aventuras marineras, y quien crea que es un paseo anda equivocado, pues se caracteriz­a por los excesos: tanto de vientos fuertes como de calmas. Lo que más cansa al navegante solitario o en pareja es navegar cerca de costa. Allí se esconden los mayores peligros, y también es donde las condicione­s de viento y mar cambian más drásticame­nte. Debemos volver a vigilar las colisiones con pesqueros u otras embarcacio­nes; tratar de sortear redes, boyas y otros objetos flotantes; conviene saber usar el role de los vientos en los múltiples cabos y ensenadas. Y, sobre todo, no hay que perder de vista que hasta haber cruzado la línea de llegada, ni el viaje ni la regata han finalizado. Así pues, amigos lectores, tras Hércules el Mediterrán­eo tiene la última palabra. ¿Paraíso o infierno?

Quien crea que el Mare Nostrum es un paseo anda equivocado

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