Crónica de un zafarrancho
Lo malo de jugar a las nueve de la noche es que hasta que empieza el partido tienes demasiadas horas para pensar. Si además el Madrid gana por 9-1 a la hora del vermut y Cristiano Ronaldo marca cinco goles, tienes que activar todos los mecanismos del orgullo barcelonista para conservar la sangre fría. Aplicando las obviedades popularizadas por coachs y predicadores, intentas convertir la adversidad en oportunidad y el éxito del adversario en un desafío para superarte. Si Cristiano marca cinco, Messi marcará seis, te dices, mientras procuras no imaginarte el pie inflado del argentino ni leer noticias como, por ejemplo, que el fútbol será asignatura obligatoria y evaluable en las escuelas de China.
Incluso si echas la siesta (larga, a ver si así el tiempo pasa más deprisa), te queda bastante tiempo para pensar que el fútbol está amenazado. Amenazado no sólo por la planificación megalómana del fútbol chino y los casos cada vez más frecuentes de corrupción relacionados con las apuestas ilegales, sino por la violencia fanática de aficionados de todo el mundo y por el año 2022, que con el Mundial de Qatar certificará un cambio de propiedad del fútbol (social, continental, cultural e incluso religioso). Que Qatar sea el patrocinador principal del Barça y refugio de futbolistas que buscan el aliciente de la comodidad y de una cierta pacificación fiscal a sus vidas es un detalle que, con ademán de avestruz, procuras quitarte de la cabeza.
Finalmente, empieza el partido. La primera parte es una intensa exhibición de igualdad y desorden que ma- rea tanto como decepciona y que estimula la capacidad del culé para sospechar que Neymar, ineficaz y ausente, debe de estar poseído por el espíritu de Jordi Cases o de la Audiencia Nacional. Destacan Iniesta, Busquets y Piqué y, entre los parientes lejanos, Nolito, que logra rifarse a Alves como mínimo dos veces.
¿Esperanzas durante el descanso? Todas. Tantas que nos distraemos comentando que el hijo de Piqué, Milan, le pide a su padre que cada noche lo duerma cantándole el himno del Barça. Breve encuesta entre familiares y conocidos: ¿Hay relación entre el tipo de nanas que oías de pequeño y tu identidad cuando eres mayor? Cuento mi caso. Yo le reclamaba a mi madre una nana que ella se había inventado y que combinaba la sonoridad fonética de dos personalidades del comunismo internacional: Mao Zedong y Kim Il Sung. (Y, que yo sepa, no he desarrollado grandes pasiones maoístas).
Empieza la segunda parte con la esperanza de ver calentar a Xavi en la banda de Balaídos y con un ramalazo esperanzador de Neymar, que marca un gol injustamente anulado (si acabamos perdiendo o empatando) y que olvidaremos rápidamente si acabamos ganando. La cara de Luis Enrique es un poema sin rima. La de los culés con quienes comparto el partido, una mezcla de expectativas y de pánico en estado embrionario. Parece que el Celta se envalentone. Incluso Fontàs da miedo. Que el árbitro sea malo debería
Que el árbitro sea malo debería activar reacciones más victimistas
activar reacciones más victimistas, pero todavía es temprano para jugar esta carta.
Mareados por la presión del reloj y del resultado, no nos atrevemos a admitir que resulta preocupante que, en dos partidos, el Barça pase tantas dificultades contra el Celta y, refugiándonos en la trinchera abyecta del sarcasmo, gritamos “¡Amunike!”. Cuando Piqué salva una jugada de gol, la palidez colectiva es proporcional a la aceleración cardiaca. Toda la fragilidad del mundo se concentra en un suspiro, compartido a capella, de alivio. Unos segundos más tarde, sin embargo, vuelve a producirse el milagro: gol de Mathieu. Antes del final, breve exhibición teatral y antideportiva de Busquets. Un consejo: si puede ser, que los estudiantes chinos no estudien este partido en la asignatura de fútbol.