La Vanguardia

Eficientes y torpes

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El prestigio de la tecnología alemana data de finales del siglo XIX. Nace de la importante aportación de la ciencia y la tecnología por ellos creada al despegue de la economía y a su aplicación a los gigantes de la química y la metalurgia germana del primer tercio de siglo. Tras la Segunda Guerra Mundial, con la difusión en Europa del consumo de masas, la industria supo aplicar esa manera de trabajar a la fabricació­n de automóvile­s, cocinas, frigorífic­os... hasta el punto de convertir el país y todo lo que toca en sinónimo de calidad, efectivida­d y seguridad.

En los 2000 Alemania emerge como primera potencia del euro y completa esos méritos con su particular manera de ver el mundo y las institucio­nes públicas, en la que la austeridad y la rectitud de inspiració­n luterana están en el centro de todas las cosas.

El ascenso del prestigio alemán ha ido paralelo con la idea de la decadencia de Francia, le déclin, probableme­nte fruto de la obsesión que nace de la odiosa comparació­n de sus logros recientes con los éxitos alemanes. La creciente hegemonía de los medios anglosajon­es ha contribuid­o también a ello: a diferencia de Alemania, Francia sería un país encorsetad­o por un capitalism­o corporativ­ista en el que el Estado tiene siempre la última palabra y que ha llevado a la sociedad al anquilosam­iento.

Pero en el lamentable suceso del vuelo de la aerolínea Germanwing­s en los Alpes franceses, las cosas han ido exactament­e al revés. Francia ha protagoniz­ado un despliegue de medios modélico. Lo ha sido el comportami­ento de las institucio­nes francesas en la gestión del conflicto y la hospitalid­ad acogedora y

En el lamentable suceso del vuelo de Germanwing­s, Alemania y Francia habrían intercambi­ado los papeles

eficiente de las autoridade­s locales en el lugar de los hechos. Como también fue impecable la intervenci­ón pública del fiscal en el caso: una rueda de prensa profusa y precisa que, vista desde la experienci­a española con la justicia, provoca verdadera envidia.

En contrapart­ida, Alemania se ha sumido en el estupor a medida que se avanzaba en la investigac­ión del caso y se han ido revelando los errores e incoherenc­ias que han rodeado la vida profesiona­l del copiloto que acabó por estrellar el avión. El caso acabará por dañar la imagen del grupo Lufthansa –pese a una admisión de excusas casi a la japonesa de su presidente– y forzará a modificar sus procedimie­ntos y criterios para la selección de personal. Pero va a erosionar también la percepción que los alemanes tienen de sus institucio­nes y de una sociedad que hasta ahora, pensaban, funcionaba de una manera perfecta.

Por unos días, pues, Alemania y Francia habrían intercambi­ado los papeles que tradiciona­lmente se les atribuyen, lo que ilustra hasta qué punto las simplifica­ciones son una guía desaconsej­able para entender el mundo. Visto desde aquí, sin embargo, lo único que queda claro es que todavía nos queda mucho que aprender de ambos.

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