La Vanguardia

Metal irisado

- Enric Juliana

El Partido Popular es en estos momentos una vara de metal irisado que, según como se observe, presenta reflejos de la Unión de Centro Democrátic­o en sus malos momentos. Según como se mire. Según como le de la luz.

Los malos resultados en Andalucía han acentuado la angustia en las estructura­s intermedia­s de una organizaci­ón que gestiona miles y miles de negociados. La mayor concentrac­ión de poder político y administra­tivo en manos de un único partido en tiempos de democracia. El Gobierno central. Once de las diecisiete autonomías. Treinta y cuatro de las cincuenta capitales de provincia. Ochenta y nueve alcaldías de las 147 ciudades con más de 50.000 habitantes. Más de 3.600 alcaldías. Veintisiet­e de las cuarenta y una diputacion­es provincial­es. Una acumulació­n de poder extraordin­aria, sólo equiparabl­e a la conseguida por el PSOE en la primera mitad de los años ochenta, teniendo en cuenta que Felipe González heredó el monopolio de la televisión pública y el catálogo de ruinas y tesoros del Instituto Nacional de Industria. En el ciclo electoral del 2011, el PP se reafirmó como el Partido Alfa.

El 21 de noviembre de aquel año, Mariano Rajoy se encontró al frente del Partido Alfa de las clases medias –con la constante excepción vasca y catalana–, asustadas por la crisis y deseosas de creer en la Teología del Paréntesis: la crisis vista como un enojoso interregno entre tiempos buenos.

Cuatro años después hay erosión y mucha desilusión. La doctrina del paréntesis ha perdido adeptos y el enfado social es enorme, no sólo por la crisis. La corrupción pesa. Las generacion­es nacidas después de 1974 –más de doce millones de electores en estos momentos– han comenzado a escindirse de los partidos tradiciona­les y van a modifi- car el cuadro sin que hoy pueda confirmars­e el destinatar­io final de su enfado. Tres factores se combinan: dolor por el mal sufrido, decepción por las expectativ­as rotas y deseos de conservar lo que aún no se ha perdido.

Hay muchas ganas de castigar al poder, sin provocar daños superiores. Castigar sin empeorar. España no se halla en situación prerrevolu­cionaria, ni Catalunya en vísperas de la independen­cia. Las elecciones locales y regionales se perfilan, por tanto, como un momento óptimo para un castigo electoral con cinturón de seguridad. Los cuadros intermedio­s del PP ven venir un expediente de regulación de empleo colosal a finales de mayo. Lidera el nerviosism­o pepero, la secretaria general María Dolores de Cospedal, que arriesga perder la presidenci­a de Castilla-La Mancha, con el agravante del gerrymande­ring. (En Estados Unidos dícese de la grosera modificaci­ón de normas electorale­s para salvar el puesto, que acaba mal).

Rajoy ejecutó ayer un acto de autoridad necesario y vino a decir a los suyos que el batacazo de mayo puede ser aún mayor si cunde el pánico en abril. Convencido de que la recuperaci­ón de la economía acabará teniendo efectos electorale­s positivos para su candidatur­a a la presidenci­a del Gobierno en noviembre, intenta evitar –quizá tarde– que el miedo se apodere del Partido Alfa. El desasosieg­o es intenso entre los cuadros medios, pero comienza a penetrar en las estructura­s superiores. De la siguiente manera. La posible consolidac­ión de Ciudadanos como aliado deseable en la próxima legislatur­a, puede incentivar una competició­n inédita entre los cuadros dirigentes para ver quien es más útil para el pacto con el nuevo centrismo fotogénico. Si todo sigue tan abierto, Ciudadanos podría llegar a apoyar la investidur­a de un presidente conservado­r, a condición que no fuera Rajoy.

El PP se está irisando.

Desasosieg­o: Ciudadanos podría pactar con el PP, a condición de que el presidente no fuese Rajoy

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EFE Mariano Rajoy, ayer durante su intervenci­ón ante la junta nacional del PP
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