La Vanguardia

Señal de desgaste

- Fernando Ónega

En la sociedad mediática no es mejor quien mejor lo hace, sino quien los medios dicen que lo hizo bien. Los medios, incluidas las redes sociales, proclaman vencedores de debates, agrandan o disminuyen victorias y fracasos electorale­s y deciden el desgaste o la vigencia de un líder. En las elecciones andaluzas, por ejemplo, decidieron que Ciudadanos fue la gran revelación, aunque sólo obtuvo nueve escaños. Podemos, por el contrario, resultó una decepción porque sólo obtuvo quince. Recordarán los lectores que Susana Díaz obtuvo una gran victoria, aunque aumentaba sus dificultad­es para gobernar. Y los resultados del Partido Popular sirvieron para certificar un batacazo sensaciona­l. No cito, por obvios, los comentario­s sobre Izquierda Unida y UPyD.

Todas esas primeras formas de ver los comicios marcaron la tendencia posterior de la opinión publicada, especialme­nte para tres agentes: Ciudadanos, que sigue como el rey de la fiesta; Podemos, que se presenta como desinflado, y el PP, que sigue mediáticam­ente enfilado hacia la pérdida de votos. Y ahora acaba de ocurrir algo que debiera inquietar seriamente en la Moncloa: el discurso de Rajoy ante su junta directiva nacional mereció el rechazo del análisis informativ­o. Me parece más importante que la protesta de Cayetana Álvarez de Toledo

Los aplausos de la sala a Rajoy se volvieron palos en el exterior y ni las voces amigas le mostraron comprensió­n

o el silencio crítico de Esperanza Aguirre y su elocuente “hablemos de política local” cuando le preguntaro­n por su jefe.

Me parece más importante, porque revela algo ya vivido: la sentencia previament­e dictada. Rajoy quizá se equivocó en convocar a medio millar de dirigentes para soltar ocho folios de discurso. Quizá provocó una expectació­n que no podía satisfacer. Pero dijo lo que tenía que decir, con su dosis de tranquiliz­ante, su gramo de autoridad para acabar con las insidias internas, su aportación de seguridad ante la obra de gobierno, su crítica a los partidos que le roban electorado y su defensa de Cospedal. Exactament­e lo que debe hacer un jefe de filas a 50 días de las urnas. Pero no siguió la vía de la sentencia anticipada: no anunció cambios, no humanizó su política, lo siguió fiando todo a la economía y, como si se tratara de una nueva conspiraci­ón, los medios lo suspendier­on. Los aplausos de la sala se volvieron palos en el exterior. Ayer, ni las voces habitualme­nte amigas le mostraron comprensió­n.

Eso es el desgaste. El desgaste no es sólo caer en los índices de popularida­d. El desgaste es que, haga lo que haga un político y diga lo que diga, quienes lo examinan siempre lo consideran un error. Ocurrió, ya digo, con otros presidente­s. Con González, cuando su voz empezó a sonar gastada y repetitiva. Con Aznar, cuando vivía la gloria de su canonizaci­ón en Estados Unidos. Con Zapatero. Y ahora empieza a ocurrir con Rajoy. Sólo es una señal de alarma. Sólo es un sensor de aceptación, pero visible. Lo único que ignoro es si hay tiempo de rectificar. Y voluntad.

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