Señal de desgaste
En la sociedad mediática no es mejor quien mejor lo hace, sino quien los medios dicen que lo hizo bien. Los medios, incluidas las redes sociales, proclaman vencedores de debates, agrandan o disminuyen victorias y fracasos electorales y deciden el desgaste o la vigencia de un líder. En las elecciones andaluzas, por ejemplo, decidieron que Ciudadanos fue la gran revelación, aunque sólo obtuvo nueve escaños. Podemos, por el contrario, resultó una decepción porque sólo obtuvo quince. Recordarán los lectores que Susana Díaz obtuvo una gran victoria, aunque aumentaba sus dificultades para gobernar. Y los resultados del Partido Popular sirvieron para certificar un batacazo sensacional. No cito, por obvios, los comentarios sobre Izquierda Unida y UPyD.
Todas esas primeras formas de ver los comicios marcaron la tendencia posterior de la opinión publicada, especialmente para tres agentes: Ciudadanos, que sigue como el rey de la fiesta; Podemos, que se presenta como desinflado, y el PP, que sigue mediáticamente enfilado hacia la pérdida de votos. Y ahora acaba de ocurrir algo que debiera inquietar seriamente en la Moncloa: el discurso de Rajoy ante su junta directiva nacional mereció el rechazo del análisis informativo. Me parece más importante que la protesta de Cayetana Álvarez de Toledo
Los aplausos de la sala a Rajoy se volvieron palos en el exterior y ni las voces amigas le mostraron comprensión
o el silencio crítico de Esperanza Aguirre y su elocuente “hablemos de política local” cuando le preguntaron por su jefe.
Me parece más importante, porque revela algo ya vivido: la sentencia previamente dictada. Rajoy quizá se equivocó en convocar a medio millar de dirigentes para soltar ocho folios de discurso. Quizá provocó una expectación que no podía satisfacer. Pero dijo lo que tenía que decir, con su dosis de tranquilizante, su gramo de autoridad para acabar con las insidias internas, su aportación de seguridad ante la obra de gobierno, su crítica a los partidos que le roban electorado y su defensa de Cospedal. Exactamente lo que debe hacer un jefe de filas a 50 días de las urnas. Pero no siguió la vía de la sentencia anticipada: no anunció cambios, no humanizó su política, lo siguió fiando todo a la economía y, como si se tratara de una nueva conspiración, los medios lo suspendieron. Los aplausos de la sala se volvieron palos en el exterior. Ayer, ni las voces habitualmente amigas le mostraron comprensión.
Eso es el desgaste. El desgaste no es sólo caer en los índices de popularidad. El desgaste es que, haga lo que haga un político y diga lo que diga, quienes lo examinan siempre lo consideran un error. Ocurrió, ya digo, con otros presidentes. Con González, cuando su voz empezó a sonar gastada y repetitiva. Con Aznar, cuando vivía la gloria de su canonización en Estados Unidos. Con Zapatero. Y ahora empieza a ocurrir con Rajoy. Sólo es una señal de alarma. Sólo es un sensor de aceptación, pero visible. Lo único que ignoro es si hay tiempo de rectificar. Y voluntad.