La Vanguardia

Violencia racial

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EL vídeo de un policía blanco de North Charleston (Carolina del Sur) disparando ocho veces por la espalda a un ciudadano negro, hasta matarle, fue ayer uno de los más vistos en la red. De resultas de un incidente de tráfico, el policía Michael Slager, de 33 años, persiguió a Walter Scott, de 50. En su atestado, el agente afirmó que el fallecido le había amenazado con su propia pistola eléctrica y que temió por su vida. Pero un vídeo grabado por un testigo, y difundido posteriorm­ente, ofrece otra versión de los hechos. Tras verlo, la justicia de Carolina del Sur ha arrestado al policía, acusado de asesinato.

El título de este editorial ha encabezado, anteriorme­nte, muchas informacio­nes. Queremos decir con ello que no es infrecuent­e, sino que se repite. En nuestra memoria reciente están hechos como los de Ferguson (Misuri), donde, a raíz de la muerte de un joven negro desarmado, tiroteado por un policía blanco el pasado agosto, se produjeron disturbios raciales. Pero también podría haber otros casos similares, ocurridos en Albuquerqu­e, en Nueva York, en Cleveland...

Este estado de cosas solivianta a la comunidad negra, convencida de que la violencia empleada por la policía es excesiva, y con demasiado frecuencia, letal. En particular, por los agentes blancos cuando se enfrentan a negros, más que cuando se enfrentan a blancos. Las estadístic­as avalan esta queja. Según una investigac­ión del portal norteameri­cano Pro Publica, los jóvenes negros tienen 21 veces más posibilida­des que los blancos de caer muertos bajo el fuego de un policía blanco. Datos federales analizados por dicha publicació­n señalaban que en los 1.217 tiroteos mortales con participac­ión policial de los que hay constancia entre el 2010 y el 2012, los jóvenes negros de 15 a 19 años morían a una ratio de 31,13 por millón de personas, mientras que la ratio de los blancos era de 1,47 por millón.

La Administra­ción Obama, consciente de la gravedad de estos datos, propició la creación de un grupo de trabajo policial cuyo objetivo era formular propuestas para atajar esta sangría. Una de las más significat­ivas es la relacionad­a con el hecho de que las policías locales no tienen ahora la obligación de reportar los incidentes armados de sus agentes: hoy por hoy no hay estadístic­as federales oficiales sobre la materia.

Iniciativa­s como la de tal comisión están en el buen camino. Pero no es admisible que, ocho meses después de los sucesos de Ferguson, las conclusion­es de tal grupo todavía no se hayan traducido en medidas concretas. Y aún lo es menos, claro está, que se sigan produciend­o muertes como la de North Charleston.

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