La Vanguardia

La obsesión por la política

- Lluís Foix

Una campaña electoral británica intenta centrarse en las preocupaci­ones ordinarias de los ciudadanos sin abusar de la retórica ni de las grandes emociones. Son gente práctica, y los ideales no suelen ponerlos en los altares de la política. No tienen prisas aunque en las elecciones del 7 de mayo parece que el bipartidis­mo quedará sepultado para dar paso a un Parlamento de difícil gobernabil­idad.

Lo que ocurre en buena parte de Europa puede pasar también en Inglaterra. Pero su sistema electoral es tan simple, tan injusto en términos estrictame­nte democrátic­os, que es improbable la presencia de muchos partidos en la Cámara que dificulten la formación de gobierno. Todo pasa en Gran Bretaña, pero un poco más tarde. Es bien conocida la reacción del poeta romántico alemán Heinrich Heine cuando le preguntaro­n en qué país querría morir. Contestó que en Inglaterra, donde las cosas ocurren dos siglos después.

En el Reino Unido no ha habido ningún partido desde 1931 que haya obtenido por sí solo más del 50% de los

El electorado no vive pendiente de la retórica reiterada y cansina de muchos políticos

votos. Y tampoco ha habido ningún gobierno, desde el de unidad nacional presidido por Churchill durante la guerra, que haya representa­do una clara mayoría. Lo mismo ha ocurrido en muchos otros países europeos.

El electorado observa la política con una visión mucho más amplia que la de los políticos y los periodista­s. Por la sencilla razón de que no vive obsesionad­o por la retórica y la literatura de unos y otros. El elector mediano, normal, es indiferent­e a la política. Así lo explicaba Janan Ganesh en una fina crónica del Financial Times del lunes pasado. La obsesión por la política puede llevar a graves errores que afecten a muchas personas.

El alma de una nación, cuenta Ganesh, no está en el Speakers’ Corner de Hyde Park, sino en las tardes de los fines de semana, en los pubs, en los parkings de Ikea y en la vida cotidiana. La apatía política es una señal de civilizaci­ón. Unas elecciones aburridas son una prueba de éxito nacional. La política es demasiado excitante en aquellos países en los que las reglas del juego son contestada­s.

Las democracia­s liberales tienen los defectos que suman todas las acciones que la condición humana aporta al conjunto de la sociedad. Por ello tienen que adaptarse constantem­ente cambiando gobiernos y sustituyen­do líderes instalados en el mal gobierno o en la retórica alejada de la realidad.

La novedad en el Reino Unido y en todas partes es que la informació­n política no es privilegio de unos cuantos sino que está al alcance de todos. La realidad no es mágica ni poética. La propaganda tropieza con un electorado que está de vuelta de las emociones y cuyas prioridade­s no siempre coinciden con las de los políticos que actúan como si las urnas no hablaran con la regularida­d establecid­a.

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