El músico rural
CLAUDIO PRIETO (1934-2015) Compositor
Claudio Prieto era de esos artistas que agradecían con una sonrisa amable los halagos y presentaciones, y se mostraba como a escondidas, sin ánimo de primer plano, casi como incrédulo. Prefería, a hablar de su música, el hecho de que se pudiera escuchar, y como mucho hacía algunas matizaciones para ayudar en la audición. Su niñez estuvo marcada por la vida rural en el pequeño pueblo de Muñeca de la Peña en la hoy pedanía de Guardo. Un territorio de intimidad, de miradas hacia dentro, de labores mineras y agrícolas, de las que salían para las fiestas anuales en tiempos de posguerra. Claudio Prieto había nacido allí en 1934 y de niño –después de la guerra– participó como trompeta de las orquestas populares y la banda local. La música causó fuerte impresión en el niño que, orientado por su tío (varios componentes de la familia paterna eran eclesiásticos) marchó a estudiar en El Escorial teniendo como maestro al agustino musicólogo Samuel Rubio. En otro de los ámbitos de relevancia de aquellos años, el militar, el joven Claudio Prieto amplió sus conocimientos y prácticas musicales de orquestación. Y el mundo de las bandas de música siguió siendo para él una referencia laboral ya que ingresó en el Cuerpo de Directores de Bandas Civiles.
Claudio Prieto forma parte de una activa generación de músicos y compositores a quienes les tocó la tarea de recomponer el destrozo que la Guerra Civil y el franquismo causaron en la alta cultura musical y artística. Nombres que ahora recuerdo y que procedentes de distintos lugares de España se habían instalado en Madrid y tomaron parte en muchas de las iniciativas para la recomposición de su vida musical. Casos del vasco Carmelo Bernaola, o de uno de los mentores de la vanguardia como fue Luis de Pablo, o de Cristóbal Halffter, entre muchos otros. Muchos buscaron en su juventud una referencia en el exterior de España. Eran los tiempos de la Escuela de Darmstadt, de las ex- periencias vanguardistas de Stockhausen, Ligeti, Boulez y otros. Y Claudio Prieto encaminó sus pasos a Italia, donde reinaban Bruno Maderna y también Goffredo Petrassi, en otra estética. Y Prieto avanzó con ese aprendizaje, en particular con Petrassi y también con los alemanes. A pesar de su historia juvenil, es curioso constatar un primer grito de rebeldía dado que una de sus primeras obras fue Canto de Antonio Machado, para voz y conjunto de cámara. Sus primeras obras de relevancia se conocieron en el ámbito que Radio Nacional de España dedicaba a los compositores jóvenes, en el marco de la cierta apertura para las artes que se dio hacia mediados de los años sesenta. Seguramente los orígenes castellano-leonés de Prieto y los ambientes cercanos a la naturaleza fueron los motivos que alentaron muchas de sus obras que hacen referencia a esta temática: nombres como primavera, verano, plenilunio entre otros, forman parte de los títulos de sus obras que sería aquí imposible enumerar. Para ello Víctor Pliego ha hecho un atractivo estudio en su libro: Claudio Prieto. Música, Belleza y Comunicación (Iccmu. Madrid, 1994). Un catálogo que muestra la atracción del músico por diversos géneros. En sus primeras obras sinfónicas se manifiesta la experimentación en el serialismo, pero pronto su obra se manifiesta en un ámbito poco comprometido con las corrientes a la moda, apostando por la libertad en la creación y manifestando su íntimo sentir, sin una necesidad de adscripción o compromiso previo, sino con un trabajo personal que le llevó a construir su palabra propia en la segunda mitad del siglo XX español.
No se sintió ajeno a cuestiones organizativas y fundó en 1976 la Asociación de Compositores Sinfónicos Españoles, siendo diez años más tarde Consejero de la Sociedad General de Autores.