El dietario de Puigverd, puente cultural
‘La ventana discreta’ propone en Madrid un abrazo de las tradiciones catalana y castellana
Antoni Puigverd (La Bisbal, 1954) repitió hasta tres veces que la presencia del secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, allí, a su lado era un acto de “generosidad que tiene relieve no sólo cultural, sino también político”. Tres veces. El lugar era la librería Blanquerna de Madrid, y el evento, la presentación de su libro La ventana discreta (Libros de Vanguardia), libro de aluvión y estilo promiscuo –en definición de su autor– que aglutina, en forma de dietario, artículos, notas, relatos, apuntes biográficos y reflexiones a modo de pequeños ensayos a lo largo de una vuelta alrededor del sol medida, no con el segundero de la actualidad sino con la longitud de las sombras.
También promiscuo en la yunta de dos tradiciones culturales, la castellana y la catalana, de cuyo puente Antoni Puigverd se sueña ingeniero, “en la ingeniería de los puentes que desde hace tantos años muchos se empeñan en destrozar”. Puentes precarios pero evidentes, “bien es cierto que la literatura española es una de las mejores de la historia, pero con la aportación catalana adquiere un cosmopolitismo único”, señalaba el escritor –poeta, ensayista y comentarista político habitual en las páginas de este diario–, que invoca como inspiración de La ventana discreta, tanto a Pla como a Pessoa, Faulkner y, aguas arriba, Montaigne, Cervantes, Quevedo, Espriu, Neruda o Leo- pardi. Un río literario que naciendo en el Empordà “desemboca en la literatura universal”, comentaba el autor, antes de excusar su ingenuidad: “Díganme soñador de tortillas, pero este libro intenta contribuir a afianzar el débil puente cultural entre Catalunya y España”. Y añadió una certeza, la de que “ningún hecho político puede deshacer la imbricación cultural entre las culturas catalana y castellana en Catalunya”. No así en España, lamentó, donde el conocimiento de la cultura catalana escasea. He ahí, la excepcionalidad de la figura de Lassalle, rubricó Puigvert: “Practica el respeto a la diferencia; el afecto, la deferencia y la magnanimidad por las cosas que no le son realmente propias”.
Fue elocuente Puigverd cuando ilustró en su misma escritura los beneficios de esa promiscuidad en el estilo, que bebe de tantas tradiciones culturales y que se expresa en dos lenguas, castellano y catalán, pues escribe el autor en ambas lenguas. Y se traduce: “Traducir da clara cuenta de las imperfecciones” y es una actividad que obliga a volver sobre el original, a la manera de un “juego de espejos”, que tiene algo del interminable “tejer y destejer de Penélope”, pero siempre con el propósito de convertirse, además de en apéndice a la augusta tradición de los dietarios –ya se ha dicho, de Montaigne a Pla–, en “un abrazo cultural, que es un abrazo moral y un abrazo cívico”.
“Este libro es un abrazo cultural, moral y cívico”, subrayó Puigverd
El volumen, recorrido rural por un año solar, bebe de Montaigne y de Pla
A su beligerancia en la aplicación diaria de esa ingenuidad del soñador de tortillas atribuía minutos antes el director de La Vanguardia, Màrius Carol, la incomodidad y la perentoriedad de un
personaje de la sustancia intelectual de Puigverd: “Nadie le gana a catalanista”, aunque es inmune a los cantos de sirena del soberanismo, precisó: “No es fácil ser Antoni Puigverd en 2015”, concluía Carol, pues son sus virtudes –“serio, honesto y comprometido”– poco rentables en estos tiempos.
No obstante, se antojaba el acto de anoche un bálsamo para los temores de Carol, pues ante la mesa de ponentes, encabezada por la editora Ana Godó –“Puigverd nos ha ofrecido una de las mejores obras de nuestro catálogo; ha sido un orgullo publicarla”, subrayó abriendo la presentación–, se reunieron a escuchar el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz; la secretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez Castro –luciendo un remoto pero desconcertante parecido con C.J. Cregg, o sea, Allison Janney–; los sucesivos delegados del Govern Santiago de Torres, Jordi Casas y Josep Maria Bosch, así como numerosas personalidades de la política, el periodismo y la cultura capitalinas, cuya presencia parecía descartar, siquiera por unos minutos, que fueran las de Puigverd virtudes inaudibles en tiempos ruidosos.
De virtudes habló también José María Lassalle –cuyo primer encuentro con Puigverd, en Santander, hace 14 años, había rememorado el escritor: “Educadísimo y extremadamente atento, ya lucía gafas de estudioso y una barba hipster que hoy ha desaparecido”– celebrando que La ven
tana discreta participe de una encomienda de Marco Aurelio, cuando dijo preferir a las virtudes estridentes de los profetas, las menos ostentosas “de la dulzura y la delicadeza”. Lo hace Puigverd, subrayó Lassalle, “invitando al lector a adentrarse en la lectura casi meditativa” de un texto cuyos contradictorios atributos, tal vez reflejo de los de su autor, resumió así: “Exquisito y sin pretensiones”.