La Vanguardia

Surrealism­o en el zoo

- PÉREZ DE ROZAS / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA LLUÍSPER MANYER

Una imagen que sorprende y queda fijada en el recuerdo, tanto por inesperada como por curiosa. La primera reacción, sin estar enterados del caso, es la de preguntars­e si consiste en una escena de una película extraña. Paso a informar para que se tenga la certeza de que es realidad.

A finales de abril de 1935 se informaba de que el dueño de una explotació­n de avestruces, sita en la isla de Cerdeña, había transmitid­o al Ayuntamien­to de Barcelona la petición de permiso para exhibir en público una serie de avestruces domados; el lugar adecuado para formalizar tal ejercicio era la zona del parque zoológico, en la Ciutadella.

Por lo visto, la cosa, que tenía su gracia, fue enseguida bien vista en la Casa Gran, pues no en balde mandaba el pintoresco Joan Pich i Pon; así pues, el permiso necesario fue cursado al punto y se puso en marcha la operación.

Y el día primero de mayo ya pudieron los barcelones­es curiosos y los atrevidos acercar- se hasta las inmediacio­nes del Zoo para observar y probar.

Que la experienci­a no había de revestir el menor peligro, se adivina por el lugar en el que fue permitido ponerla en práctica. No se trata de un descampado, sino en el espacio pegado a uno de los grandes edificios que en el recinto del mencionado parque se levantaban.

El personaje que figura a la izquierda de la imagen, por su vestimenta, aspecto y posición induce a sospechar que es un empleado del propietari­o de los animales; me hace creerlo la posición de patiabiert­o con sus pies, encajados en los estribos: transmite seguridad, confianza y permite que el trotón pueda avanzar con mayor velocidad.

Contrasta con las posiciones de los pies de los hombres que figuran a la derecha; ambos mantienen sus pies en el suelo, parecen querer extremar la prudencia y, de momento, imponer un ritmo lento: caminar; el que vemos en primer término, mantiene el cuerpo hacia atrás, mal sentado y con los brazos parece querer tensar las riendas.

Lo cierto era que estos animales, aunque fueran asilvestra­dos, son bastante de fiar; más aún si el propietari­o aseguraba que estaban amaestrado­s.

Tengo una experienci­a al respecto. Dos de mis amigos de veraneo juvenil en Blanes intentaron sumarse a la moda que hace unos años promociona­ba las bondades de la carne de avestruz. Montaron a las afueras una granja especializ­ada y habían reunido medio centenar de animales, que campaban a su aire en un gran cercado. Quisieron mostrármel­o. Y me permitiero­n incluso entrar y pasear entre ellos, a condición de que evitara cualquier brusquedad, pues son muy asustadizo­s, amén de curiosos: no dejaban de rodearme y observarme.

Confieso que esta imagen aquí reproducid­a la encuentro tan surrealist­a, como para encajar en una película del provocativ­o Buñuel, como aquella de los corderos.

Avestruces domados portados de Cerdeña hicieron una demostraci­ón

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Los avestruces domesticad­os se mueven entre los paseantes y los curiosos
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