No pasa nada o pasa de todo
Explotar el filón de los recelos entre norte y sur tiene lógica. Es lo que intenta Allí abajo (Antena 3) federando el éxito de Ocho apellidos vascos y el talento de las películas de Paco León. Lo más acertado: la ambición de ofrecer nuevos ingredientes al repertorio de la comedia española. Lo más lamentable: el trazo caricaturesco de los personajes, que interfiere en las tramas y lastra su comicidad. Sinopsis: un vasco viaja a Sevilla para acompañar a su madre en un tour del Imserso y las circunstancias le obligan a quedarse una temporada. Lo mejor: la descripción de los hábitos de los viajes de jubilados y la presencia de un animador que los espectadores desearíamos asesinar. Lo peor: el esfuerzo por convertir el acento sevillano en una montaña rusa fonética que, en boca de ciertos personajes, pierde su genuina vivacidad y se transforma en tortura.
LA SERIE TÁNTRICA. El estreno del tramo definitivo de Mad men (Canal +) reabre viejas heridas. En sectores fanáticos de la seriefilia, que te guste o no te guste una serie crea vínculos casi mafiosos, más obsesionados en preservar la ciega posesión de la razón que en experimentar las satisfacciones propias del arte o del entretenimiento. En otros ámbitos estas actitudes no son tan fanáticas. Si a alguien le gusta más Van Gogh que Matisse no necesita odiar a Matisse para demostrar que le gusta Van Gogh. Todo eso viene a cuento de Mad men, obra maestra que, desde su estreno, ha provocado como mínimo tres grandes grupos de seguidores. Primero: los que desde el principio se dejaron seducir por los matices de una historia implacablemente existencialista y elegante. Una historia contada con un ritmo que propicia placeres de absorción lenta y la comprensión pausada de conflictos densos pero comprensibles y de unos personajes inusualmente complejos y enemigos de reduccionismos estereotipados. Segundo: los que legítimamente interpretan que Mad men es aburrida y la despachan con una afirma- ción rotunda: “No me gusta porque no pasa nada”. Tercero: los que, aplicando su derecho a que no les guste Mad men, no soportan que no les guste Mad men y encuentran en el odio a Mad men el consuelo a su rencorosa manera de vivir. Que en una serie pasen o no pasen cosas depende no sólo de las expectativas sino, sobre todo, del género. Una serie como Mad men, que revoluciona las leyes de la funcionalidad del medio, puede apostar por una ambición en la autoría que vaya más allá de las tramas establecidas por programas de ordenador que robotizan el trabajo de los guionistas o de la exigencia comercial de resultados inmediatos y fáciles de etiquetar. En series de género, en cambio, el dinamismo narrativo forma parte de la propuesta y la lentitud puede ser un obstáculo o un desastre. Pero a veces puede ocurrir que sea más peligroso que pasen demasiadas cosas que el hecho de que no pase nada. Ejemplo: en un solo capítulo de la extraordinaria Nashville, contabilicé una boda frustrada, una boda exitosa, la noticia de un cáncer aparentemente incurable, el descubrimiento de un hijo no biológico y un intento de suicidio.
Lo más acertado: la ambición de ofrecer nuevos ingredientes al repertorio de la nueva comedia española