La Vanguardia

Tierra de castaño

- Julià Guillamon

La gente decía: “Baixa més aigua per la carretera que per la riera”, no pensaban que se pudiera quedar en el pueblo

En las tiendas del pueblo hace años que se vende agua envasada y bolsas con tierra para las plantas. Recuerdo cómo apareció el agua envasada. Primero en Barcelona, en casa de mis tíos: unas garrafas de cinco litros, de vidrio, con una etiqueta pegada en el cuello. Después, durante una buena temporada, vimos bajar agua embotellad­a por la carretera de Sant Hilari, en unos camiones requetecar­gados que trinchaban la carretera. A la gente le gustaba mucho poder decir: “Baixa més aigua per la carretera que per la riera”. Pero a nadie le habría pasado por la cabeza que aquella agua pudiera quedarse en el pueblo. La primera agua embotellad­a que vi consumir allí fue en el hostal de mis abuelos y era una rareza: unas botellas de litro, de vidrio verde o transparen­te. La gente que en Barcelona tomaba agua de garrafa, cuando veraneaba, la tomaba de botella. Eso sí, 100% de proximidad o de extrema proximidad, como se dice últimament­e: venía de una planta embotellad­ora a dos kilómetros del hostal. Más tarde se introdujer­on las botellas de plástico de litro y medio, los botellines individual­es, con dosificado­r para los críos, y el agua de botella se extendió incluso en los pueblos que tienen agua con buen sabor.

Que ahora esté pasando algo parecido, a otra escala, con la tierra, confirma que la deslocaliz­ación ha triunfado. “¿Te imaginas a Angelina o Sinteta, o a sus madres, Carmeta y Tereseta, comprando una bolsa de tierra en la floristerí­a?”– le comento a Sonia, que también las ha conocido–. Estas mujeres habían pasado me- dia vida en el campo. La gente las conocía por los nombres de las masías donde vivían sus padres, antes de instalarse en los arrabales del pueblo. Les gustaban mucho las plantas, y combinaban las que criaban en el huerto (dalias y gladiolos de diversas clases), las que escogían junto a la riera (Carmeta tenía una perola con lengua de gato, un helecho que no he visto que se utilice mucho en jardinería, cada año lo cortaba, dejaba sólo los rizomas, que en verano desplegaba­n unes frondas reluciente­s), las que se pasaban con hijuelas y esquejes: cubanas, marquesas y fetges pedregats.

Cuando tenían que rellenar una maceta para una azalea (en los años setenta del siglo XX estuvieron muy de moda) iban a buscar tierra de castaño. Al pie de los castaños viejos o de los jóvenes, de perchas, se forman agujeros y hoyos que se llenan de zurrones y hojarasca. En torno a las raíces se formaba una tierra negra, mezcla de la descomposi­ción del tronco, hojas, flores y castañas. No puede recogerse con pala: tienes que retirar musgos y hiedras, introducir la mano hasta el nacimiento del árbol y escarbar las raíces. Hay un contacto directo con la tierra caliente, que conserva el calor y la humedad, aunque no llueva. Era una de las maneras que tenían de sentir la tierra, de fundirse con la tierra. Otra eran las setas. Volveremos sobre el tema.

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