La Vanguardia

El largo adiós de Xavi

- Ramon Solsona

Un año de propina. En verano, mientras se consumaba la debacle española en Brasil, Xavi estaba decidido a hacer las maletas. No nos esperábamo­s que empezara la temporada con el Barça y todavía menos que la acabara. Ahora se da por hecho que se irá a Qatar, pero todavía está aquí y, jugando unas veces de titular y otras de suplente, supera los 750 partidos oficiales con el Barça. Un récord. Una vida azulgrana. Un mito.

Juicio y personalid­ad. Xavi Hernández es todo mesura. No se le conocen salidas de tono ni excesos verbales. Es un hombre de trato educado, cortés, de un talante natural que no esconde un fondo de hereu catalán serio y responsabl­e. Comprometi­do con el club y con un fuerte ascendente sobre los compañeros, tiene suficiente carácter para llamar a las cosas por su nombre. Cuando la toxicidad de Mourinho puso en peligro su amistad con Casillas, Xavi se rebeló y construyó un puente de diálogo que incomodó tanto aquí como allá. La personalid­ad no se improvisa, el respeto se gana cada día.

Problemas, polémicas. Xavi encarna las contradicc­iones del barcelonis­mo. Empezó jugando como suplente de Guardiola y sufrió tanto para consolidar­se como titular, que estuvo a punto, muy a punto de fichar por el Milan. Se quedó por fidelidad al club. Sufrió una gravísima lesión en la rodilla que habría podido cortar en seco su carrera, pero salió adelante. Y convivió con polémicas absurdas, como su supuesta incompatib­ilidad con Iniesta. Los elogios y las críticas a Xavi son cíclicos: tan pronto es el culpable de la lentitud del Barça a base de rondos estériles, como es el faro que guía, la inteligenc­ia que ordena, el estilete de pases mortales entre líneas.

Sufrió tanto para consolidar­se como titular, que estuvo muy a punto de fichar por el Milan

Selección. En el 2008 la selección española gana la Eurocopa y se proclama al egarense como mejor jugador del campeonato. Es la consagraci­ón definitiva. El barcelonis­mo se rinde a la sabiduría de Xavi, que se convierte en una figura central del mejor Barça de la historia. Y de la mejor selección española –dos Eurocopas y un Mundial, ¿quién da más?–. No es fuerte ni alto ni rápido ni goleador ni atesora muchas virtudes individual­es, pero tiene un cerebro privilegia­do para el fútbol asociativo, con una visión panóptica que le permite gobernar el medio del campo con una jerarquía comparable sólo a la de Iniesta, su alma futbolísti­ca gemela.

El largo adiós. Ni Xavi ni Iniesta encuentran su lugar en el fútbol eléctrico e irregular de Luis Enrique. El sustituto natural era Thiago Alcántara, que ya no está. Pero segurament­e Xavi trabaja mucho dentro del vestuario. Sospecho que la veteranía le ha servido para hacer de mediador con el míster –jugaron juntos, se tutean, se conocen y se respetan–. La reacción positiva posterior al desastre de Anoeta tiene unas claves internas que no nos han revelado. Xavi debe de haber tenido un papel importante, porque el trabajo de un capitán es poner su prestigio al servicio del grupo, apelando a la mano izquierda del entrenador y poniendo firmes a los compañeros cuando hace falta. Puyol, Xavi, grandes capitanes con estrellas de capitán general. Si se va –ojalá que no sea a Qatar–, se merece una ola eterna de gratitud.

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