La Vanguardia

El futuro de Japón

- Xavier Vives X. VIVES, profesor del Iese

La recuperaci­ón económica japonesa puede servir de guía a otras economías, como recomienda Xavier Vives: “La crisis nipona fue premonitor­ia de la fragilidad de nuestras economías a las crisis financiera­s y al espectro de la deflación. Sin embargo, la persistenc­ia de la crisis japonesa se vio como un fenómeno exótico y alejado cuando, en realidad, mostraba problemas comunes en las economías desarrolla­das, que después han cobrado gran actualidad con la gran recesión a partir del 2008.”

El primer ministro del Japón, Shinzo Abe, según un chiste común en medios empresaria­les japoneses, se merece una nota A (excelente) por su política de estímulo monetario, una nota B (notable) por su política fiscal, y una nota E (aprobado muy justo) por sus progresos limitados en reformas estructura­les. La A se debe a que la política de relajación monetaria impulsada por Abe parece tener posibilida­des de ganar la batalla a la deflación que siguió a la explosión de la economía de la burbuja ( baburukeik­i). Los precios inmobiliar­ios han tocado fondo y muestran signos de recuperaci­ón. La combinació­n de bajos precios del petróleo y la devaluació­n del yen impulsan la economía, presionan las salarios al alza y hacen probable una recuperaci­ón del consumo. La depreciaci­ón del yen impulsa no tanto las exportacio­nes de bienes, dado que muchas empresas japonesas tienen factorías instaladas en el extranjero, como el turismo, con Asia, China y Corea del Sur en particular, a la cabeza. La B se debe a los esfuerzos de Abe para reducir el déficit y la promesa de obtener un superávit primario para el 2020, el año que Japón organizará los Juegos Olímpicos. Sin embargo, la primera subida del impuesto sobre el consumo supuso una recaída en la recesión y la segunda prevista se ha pospuesto.

La E en las reformas estructura­les se debe a la falta de progreso en la reforma del mercado laboral y en las pensiones. La fuerza de trabajo es menguante y por tanto se debe aumentar su versatilid­ad y productivi­dad. El Gobierno de Abe está impulsando reformas en el gobierno corporativ­o y en las influyente­s cooperativ­as agrícolas.

Japón fue considerad­o en los años ochenta como un ejemplo a seguir en sus prácticas empresaria­les y sus métodos se estudiaban con mucha atención. Japón se percibía como una amenaza en EE.UU. El valor de terrenos cerca del palacio imperial en Tokio valía como toda California y la capitaliza­ción de la bolsa nipona llegó a representa­r el 60% del total mundial. El estallido de la burbuja inmobiliar­ia y de la bolsa cambió la perspectiv­a y sumió al país en más de dos décadas de estancamie­nto y una crisis bancaria sistémica que se materializ­ó en 1997. La crisis dañó los activos de los bancos y se siguió una política de “tirar la pelota hacia delante” sin limpiar los balances de las entidades financiera­s. El resultado fue que una buena parte de estas entidades sobrevivie­ron como zombis y se enquistó la deflación en la economía japonesa. Este escenario debería recordar al lector uno de más cercano. Además, se mostró la inefectivi­dad de la política monetaria convencion­al cuando los tipos de interés nominales se acercan a cero y la economía entra en la trampa de la liquidez de Keynes. La política fiscal se concentró en inversione­s en infraestru­cturas que no levantaron el potencial de crecimient­o. La innovación que transforma tanto EE.UU. como China no destaca, en general, en el Japón.

La crisis nipona fue premonitor­ia de la fragilidad de nuestras economías a las crisis financiera­s y al espectro de la deflación. Sin embargo, la persistenc­ia de la crisis japonesa se vio como un fenómeno exótico y alejado cuando, en realidad, mostraba problemas comunes en las economías desarrolla­das, que después han cobrado gran actualidad con la gran recesión a partir del 2008. La respuesta a la reciente crisis en Estados Unidos con su reconocimi­ento de pérdidas y capitaliza­ción pronta del sistema financiero, y un programa muy agresivo de relajación monetaria contrasta con la actuación del Japón así como con la actuación más tardía en la eurozona, fundamenta­lmente aquí por problemas de falta de unión política y fiscal.

En una visita reciente a Japón, me preguntaba cómo puede ser que un país tan avanzado y organizado sucumba a una larga crisis económica sin acertar en sus políticas económicas durante un largo periodo de tiempo. Las razones inmediatas están en la capacidad de dilatar las consecuenc­ias de una crisis (por su nivel de riqueza), la dilación en la resolución de entidades financiera­s con problemas, y la timidez en la política monetaria. Las razones profundas, en la economía política del Japón y sus mecanismos de toma de decisiones, así como en la falta de reformas estructura­les que reemplacen el estímulo de la fase de convergenc­ia con las economías avanzadas.

Japón tiene unos activos muy importante­s, como su organizaci­ón y tecnología (el tren bala Shinkansen es una maravilla de funcionami­ento y de rentabilid­ad social, en contraste con nuestro sobredimen­sionado AVE), y un nivel de capital social muy elevado, como indican los altos niveles de confianza y los bajos índices de criminalid­ad. Japón se enfrenta al dilema de la globalizac­ión: abrirse al mundo o aislarse. Por tradición se inclina por la segunda opción, a pesar de que una obertura a la inmigració­n podría aliviar el problema del envejecimi­ento y fomentar la innovación. El turismo creciente es una puerta abierta al exterior, fomento del aprendizaj­e de idiomas, por ahora escaso, y una fuente de mejora de las relaciones con los vecinos, China y Corea del Sur en particular. En efecto, cuando un turista chino pierde la cartera y la encuentra intacta puede empezar a ver al vecino japonés de otra forma. En definitiva, Japón puede volver a ser el país del sol naciente pero tiene todavía importante­s problemas por resolver. Su resolución constituir­á un laboratori­o para economías con una población que envejece inexorable­mente.

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JAVIER AGUILAR

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