La mentalidad de la clase media y la inversión
Uno de los mayores problemas que nuestra sociedad está afrontando, y en especial en lo que se refiere a sus capas intermedias, las más numerosas, es el de la seguridad. La clase media aspira a la previsión y a la continuidad, a una existencia estable y sin demasiados sobresaltos en todos los ámbitos de su vida y también en lo económico. Buena parte de los europeos crecieron pensando que, si trabajaban lo suficiente, dispondrían de los recursos materiales para gozar de una existencia digna, que podrían ayudar a que sus hijos vivieran mejor que ellos, y que su vejez sería placentera, un tiempo de descanso merecido. Para ese tipo de mentalidad, los ahorros debían ser su colchón para asegurar los malos tiempos, un resguardo que les evitase los sobresaltos. El caso más frecuente era el de las familias que ahorraban para ayudar a sus hijos cuando crecían, el de las personas que, cerca de la edad de jubilación, confiaban en que el dinero guardado en el banco les permitiera una vejez tranquila, o el de quienes, no estando ya en edad de trabajar, complementaban su pensión con los pequeños réditos que obtenían de inversiones seguras. Eran grupos sociales poco dados a los riesgos, que buscaban estabilidad y nada favorables a las aventuras económicas. Son esos grupos los que peor lo están pasando ahora, por diversos motivos, lo cual les está llevando a tomar posiciones más arriesgadas,
Los ahorros debían ser el colchón para los malos tiempos La inestabilidad lleva a demandar una mayor seguridad
que toleran escasamente. Parte del descontento en el que vivimos tiene que ver no con una rebaja de expectativas, o con un mero descenso en el nivel de vida, sino con una sensación de injusticia. Las cantidades que se habían ido ahorrando a lo largo de años de trabajo constituían el cumplimiento de una promesa, la de que después de tantos esfuerzos habría una recompensa y con ella, un tiempo de descanso. La crisis ha venido a borrar de golpe esa esperanza, ya que muchas de las cantidades ahorradas han tenido que destinarse a ayudar a miembros de la familia o a paliar los malos momentos propios, lo cual ha multiplicado la frustración: tanto tiempo peleando por tener una reserva que les otorgase tranquilidad, para ahora ver cómo su capital decrece o se desvanece, en el peor de los casos. Esa mezcla de malestar y de sensación de inestabilidad ha llevado a que exista una mucha mayor demanda de seguridad, en múltiples aspectos de la sociedad, y en primer lugar en lo económico. Pero eso es justo lo que los tiempos no parecen dispuestos a conceder. Las frecuentes señales de que la cuantía de las pensiones irá en descenso (y que mucho ponen en entredicho que el sistema vaya a poder subsistir como hasta ahora) no contribuye a generar la tranquilidad que la clase media necesita, como tampoco lo hace que aquellos entornos más seguros para su dinero, como eran las cuentas de ahorro, los depósitos a plazo, las cesiones temporales o los bonos hayan reducido notablemente los intereses con que remuneraban a los clientes en inversores. En ese contexto, muchas personas, conservadoras en lo económico, están viéndose forzadas a invertir en productos menos seguros simplemente para conservar su poder adquisitivo. Las entidades nancieras, conocedoras de este deseo tienen sus productos estrella en los depósitos estructurados, en los cuales la rentabilidad está vinculada a la evolución de uno o varios índices bursátiles, de la cotización de un grupo de acciones, entre otras posibilidades. Pero por más que muchas de las ofertas sean muy conservadoras, no dejan de entrañar un riesgo que una parte sustancial de sus clientes no se muestran muy dispuestos a correr.