La Vanguardia

Consternac­ión en el instituto.

Un niño de 13 años mata a un profesor y hiere a otras cuatro personas

- LUIS BENVENUTY / MAITE GUTIÉRREZ ENRIQUE FIGUEREDO Barcelona

Alumnos y padres del Joan Fuster de Navas (Barcelona), conmociona­dos.

Hace ya meses que M. fanfarrone­aba con la idea de matar a alguien. Entre risas, en el patio, durante el recreo. Como si todo formara parte de una broma macabra. M. es un niño de trece años. Decía que sería alucinante, que tenía un montón de armas y que podía hacerlo, que un día vendría y les ajustaría las cuentas a todos, a todos los que se mofaban de él, le hacían sentir mal, le molestaban... “Pero todos pensábamos que lo decía de cachondeo”. “Siempre estaba hablando de armas, de ejércitos, de matar..., de su lista negra”. “Y te enseñaba sus dibujos, unos dibujos muy negros, muy raros, muy siniestros”. “Su psicólogo le decía que dibujara sus sueños”. “Pero nadie le hacía caso, la peña se reía de él, de vez en cuando se metían con él, a lo mejor hasta se llevaba alguna colleja”. “A veces algunos lo llama- ban Loco, en plan insulto”. Estos entrecomil­lados recogen testimonio­s de algunos compañeros de M., palabras pronunciad­as por alumnos del instituto Joan Fuster del barrio de Navas al poco de que se produjera la tragedia, poco después de que salieran corriendo de sus aulas y de puntillas esquivaran el cadáver del profesor de ciencias sociales y un charco de su sangre. Un niño de trece años mató ayer a un profesor y causó heridas a otros dos docentes y dos alumnos. Nunca ha- bía ocurrido nada igual en España, nunca un alumno había matado a un profesor en los pasillos de un centro educativo. A media tarde, la consellera de Ensenyamen­t, Irene Rigau, apuntó que M. pudo sufrir un brote psicótico, pero que nadie se podía esperar lo ocurrido, que ningún dato de su expediente académico se antojaba alarmante, ni siquiera preocupant­e.

Los detalles del relato de los hechos son en verdad muy confusos. Comenzaba la jornada. Todos los chavales estaban ya en sus clases. M. llegó tarde, sobre las nueve y cuarto. Cubría su cabeza con una capucha, vestía una amplía parka de color oscuro, cargaba una mochila. M. es un chico alto pero delgado, de aspecto muy aniñado. Llevaba un cuchillo de grandes dimensione­s, una pequeña ballesta y una botella con un líquido que los Mossos d’Esquadra aún están analizando. Subió las escaleras. En ese pasillo se suceden siete aulas. Se dirigió hacia su clase, la de 2.ºB, la que está más o menos a la mitad del pasillo, y golpeó la puerta. Una profesora se acercó a abrirle, le recriminó su retraso. “¿Otra vez tarde?”. Entonces M. la atacó, la golpeó una y otra vez, y la mujer se defendió, se revolvió en el suelo. Y su hija, que también es alumna de esa misma clase, salió en defensa de la

profesora. Sufrió un corte por encima de la rodilla. Entonces se desencaden­ó el caos. Una niña salió corriendo de la la clase y alertó a otros compañeros. “¡Encerraos, M. se ha vuelto loco”. M. entró en otra aula, desafiante, con una mirada aterradora, y caminó entre los pupitres. Dijo a los chavales que ellos no tenían que preocupars­e de nada, que a ellos no les haría nada. En principio los Mossos d’Esquadra descartan que M. llevara una lista negra de nombres durante su escalofria­nte incursión, aunque a las puertas del instituto unos cuantos alumnos aseguraban que la habían visto, hacía meses, la di- chosa lista negra, “otra de la fantasías de M”. “A mí me la enseñó hace un par de meses. Decía que iría a por su profesora de castellano, y a por su hija, y a por muchos más...”. “Flipaba con el de The walking dead que va por ahí matando zombis con una ballesta”. “Y con el gore, le gustaban mucho las páginas sangrienta­s”. “Y siempre dándola con el ejército, con las armas...”. “Les tenía manía sobre todo a los que fueron con él al colegio y a todos los profesores. Pero del sustituto nunca había dicho nada. El sustituto era nuevo y apenas llevaba en el instituto un par de semanas”. En el piso de arriba del Joan Fuster, muchos alumnos creían que aquellos gritos no eran más que carcajadas.

Algunos docentes cerraron las puertas de sus aulas y llamaron a la policía. Otros evacuaron sus aulas. Venga, venga, venga..., decían. El profesor de ciencias sociales salió de la clase de 2.ºC para comprobar qué estaba ocurriendo y M. le asestó una puñalada mortal en el pecho. Los alumnos a los que estaba dando clase vieron cómo el joven docente venido de Lleida de repente se desplomaba en el pasillo. De repente y de golpe. Luego los estudiante­s

vieron cómo M. entraba en su aula. Los jóvenes trataron de protegerse, se escondiero­n debajo de las mesas, se amontonaro­n en las esquinas... Y M. no les prestó atención, se olvidó de todos y fue a por un estudiante en concreto. Y lo atacó con su cuchillo. Pero el alumno se defendió y, herido, con un corte en el pecho, logró zafarse mientras todos salían corriendo del aula, todos esquivaban el cadáver de su profesor de ciencias sociales, su charco de sangre. La alarma antiincend­ios disparó su pitido. Los chavales bajaron las escaleras a toda velocidad. Unos, siguiendo las indicacion­es de sus profesores, se concentrar­on en el patio del instituto. Otros se fueron por su cuenta a la calle. Todos se pusieron a llamar a sus padres y amigos. La noticia corrió a toda velocidad a través de mensajes de WhatsApp. En realidad, todo el episodio transcurri­ó en apenas un cuarto de hora. M. fue al piso de arriba y atacó a otra profesora, pero las heridas no fueron de considerac­ión. Pudo ser atendida por los sanitarios en el mismo instituto. Después M. se encontró con el profesor de educación física, que, con la ayuda de un conserje, logró acorralarl­o hasta que llegaron los Mossos. Según fuentes de la investigac­ión, el menor estaba alterado, presa de un fuerte brote psicótico.

M. sólo tiene trece años. La directora general de Atenció a la Infància i l’Adolescènc­ia (Dgaia), Mercè Santmartí, explicó ayer que la Generalita­t aplicará en este caso el protocolo de reeducació­n para los menores no imputables penalmente, aquellos que tienen menos de catorce años.

La investigac­ión policial se está llevando de un modo muy cuidadoso porque, más allá de que el autor es menor, la mayoría de los testigos, también lo son. Fuentes policiales explicaron a este diario que los alumnos que habían visto la totalidad o parte de los violentos hechos no pudieron abandonar las instalacio­nes del instituto si no lo hacían acompañado­s de, al menos, uno de sus progenitor­es.

La policía puso a disposició­n de los testigos un autocar que les permitió salir en bloque del centro educativo. Dentro del auto- bús viajaron alumnos con sus padres. Sin embargo, eso no quiere decir que todos se quedaran en la instalació­n policial adonde fueron trasladado­s. “Muchos están todavía en estado de shock y no pueden declarar”, dijo ayer una fuente de los Mossos.

Aunque la informació­n que aporten los alumnos que presenciar­on los hechos ayudará mucho a completar las diligencia­s que instruye el grupo de homicidios de los Mossos d’Esquadra de Barcelona, la toma de declaració­n puede retrasarse sensibleme­nte. “Los padres pueden llevarse a los menores y evitar que hablen con nosotros todo el tiempo que consideren oportuno. De ningún modo se les puede obligar”, dijeron estas fuentes a propósito de las declaracio­nes.

M. se encontraba anoche en un módulo aislado de pacientes con enfermedad­es mentales en el hospital Sant Joan de Déu. Horas antes permaneció en un box de urgencias de este mismo centro sanitario en compañía de sus padres y la discreta vigilancia de dos mossos de paisano. En ese módulo aislado, está en un ambiente del todo controlado y bajo permanente supervisió­n médica.

Aunque se encuentra en compañía de algún otro paciente con trastorno mental agudo, este procedimie­nto está encaminado a evitar que pueda hacer daño a terceros o a él mismo. Se desconoce por el momento el tiempo que el menor puede pasar allí hasta que se estabilice y pueda salir a la calle bajo el control de sus padres o de la Generalita­t. La principal hipótesis de la policía autonómica catalana es que el niño actuó sumido en un brote psicótico.

A las puertas del instituto Joan Fuster, en la plaza Ferran Reyes, a lo largo de toda la tarde de ayer se sucedieron numerosas muestras de dolor y de solidarida­d. Profesores de varios centros educativos de Barcelona, y también alumnos, tanto de este instituto como de otros centros del barrio y la ciudad, así como padres, realizaron una concentrac­ión silenciosa a las puertas del centro educativo. Depositaro­n ramos de flores y dejaron velas encendidas. De este modo quisieron rendir homenaje al joven profesor fallecido y a todas las demás víctimas de esta tragedia.

El profesor de ciencias sociales sufrió una fatal puñalada en el pecho

El adolescent­e también llevaba una botella con un líquido sospechoso Al no poder haber imputación penal, se aplicará un protocolo de reeducació­n

El estado de shock de algunos testigos puede retrasar las declaracio­nes

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 ?? KIM MANRESA ?? Dolor y estupefacc­ión. Los alumnos del instituto Joan Fuster vivieron ayer una jornada luctuosa que tardarán mucho tiempo en superar
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ALBERTO ESTÉVEZ / EFE Muchas personas se concentrar­on rápidament­e a las puertas del instituto Joan Fuster

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