Engaños paralelos
Desde Platón hasta nuestros días, los pensadores que han analizado la cosa pública se han interrogado acerca del mejor diseño de gobierno para impedir los comportamientos corruptos de quienes ejercen el poder. Todos concluyen que la práctica política debe ir acompañada de unas pautas morales para su buen funcionamiento, sin excluir el preceptivo control para ponérselo difícil a los listos. Ante el actual aluvión de corrupciones, tenemos la tentación de atribuirlos a una congénita incultura política, lamentarnos de la débil naturaleza humana o indignarnos con la falta de regulación legal capaz de atajarlas. ¿Cómo ha sido posible que en los últimos años se haya provocado semejante barrizal?
Existe una corrupción casi endémica o, al menos, recurrente, vinculada a tres frentes: la financiación de los partidos, el urbanismo y las subvenciones (sobre todo de la UE). Algo de hipocresía sobre el coste del mantenimiento de los partidos influyó en la primera de las corrupciones mencionadas. Una regulación pensada para favorecer la burbuja inmobiliaria condujo a la segunda. Y una politización desmesurada de las instituciones, donde las decisiones están excesivamente en manos partidistas, ha propiciado la tercera para crear redes clientelares dedica- das a garantizar la permanencia de unas siglas en el poder.
Es posible poner cierto coto a la proliferación de ese tipo de corrupción si hay voluntad política. Nos queda mucho camino para mejorar en el funcionamiento de las instituciones y los partidos fijándonos en otros ejemplos europeos y, aunque siempre surgirán casos, puede desterrarse ese carácter casi epidémico. Sin embargo, dos de los últimos escándalos no tienen que ver con este tipo de corrupción.
Los casos de Pujol y Rato son extraordinariamente similares. Sus engaños tienen relación con fortunas familiares y comulga en ellos la sensación de impunidad combinada con cierta arrogancia. Son dos figuras que se han exhibido como referentes públicos. El primero se presentaba como preceptor moral y el segundo como icono de la eficacia de la política. Si Pujol jamás mostraba el más mínimo interés en el dinero, Rato parecía tener el suficiente como para suponerse que no caería en la tentación. Al escaparse de sus obligaciones fiscales, decidieron saltarse las normas que ellos mismos exigieron a los ciudadanos como presidente y ministro de Hacienda.
Weber distinguió entre la ética de la responsabilidad, derivada del cálculo racional que puede hacer el político de las consecuencias de sus actos, y la ética de la convicción, regida por unos principios y valores previos. Con Pujol y Rato falló la segunda. También escribió el pensador alemán que en todo sistema de gobierno hay quien vive de la política y quien vive para la política. Pero qué bajo han caído quienes aseguraban desvivirse por la política.