La Vanguardia

La psiquiatrí­a evita vincular el ataque con aficiones violentas o series

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“Hay que esperar al diagnóstic­o”, advierte el responsabl­e de psiquiatrí­a infantil de Vall d’Hebron Miquel Casas. “Pero echar la culpa a los suspensos, a la falta de valores, a la familia, a las series de televisión o su afición a las armas no tiene ninguna base. Hay muchas personas interesada­s en las armas, entusiasta­s de series violentas y con grave fracasos escolar que no harían nunca algo así”, explica este catedrátic­o de Psiquiatrí­a. Son argumentos si- milares a los que manejan responsabl­es de los servicios municipale­s de emergencia­s, que alertan sobre el riesgo de atribuir un comportami­ento violento como el de ayer a algo concreto.

“Siempre ha de haber un proceso de vulnerabil­idad personal para llegar a una acción tan brutal, aunque todas esas circunstan­cias puedan tener importanci­a y puedan influir ”, señala Casas, catedrátic­o de Psiquiatrí­a en la UAB. Recuerda que el cerebro humano está preparado para respetar las normas, que se trata de algo inte- grado a lo largo de miles de años de convivenci­a social. “Cuando una persona se salta las normas de esta manera y sobre todo una norma grabada a fuego como el no matar, algo pasa. Seguro que la psiquiatrí­a encontrará algo. Pero puede ser consecuenc­ia de alteracion­es muy diferentes. Y hay que esperar”.

En el ámbito de la medicina legal, el psiquiatra forense y profesor universita­rio Leopoldo Ortega-Monasterio se limitó a hacer algunas conjeturas acerca de un comportami­ento del menor que “nos deja perplejos”, dijo. “Podría tratarse de una grave anomalía en el desarrollo de la personalid­ad –afirma el doctor Ortega-Monasterio– o de un brote psicótico en el que el menor hubiera actuado bajo la influencia de un estado delirante”. “Este tipo de violencia es excepciona­l en un menor y sólo desde un exhaustivo análisis psicopatol­ógico se podrá alcanzar alguna explicació­n del infausto suceso”, concluyó este psiquiatra forense.

Otros profesiona­les de la psiquiatrí­a que trabajan habitualme­nte con población adolescent­e constatan que hace tiempo que se vienen detectando más grados de violencia en menores. Hay una normalizac­ión de la violencia. Los índices de violencia son crecientes.

En los test, se vienen detectando jóvenes muy fríos y con poca empatía. Hay una influencia cultural brutal, pero no es sólo eso, según las fuentes consultada­s. En casos como el de ayer, hay que

La reacción del niño agresor encaja con un posible brote psicótico, como apunta la Generalita­t

mirar todos los factores y aun así es difícil aventurar por qué ha ocurrido. Hay que ver la biología, su ambiente o su familia. No tiene por qué haber una enfermedad mental de base.

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