El guardián de las esencias
“¿Tienes dos monedas que sean iguales?”. No lo son: una de medio euro y la otra de 20 céntimos. Da igual. Javier Moreno, barcelonés, juez árbitro del Barcelona Open Banc Sabadell-Trofeo Conde de Godó desde 1995, hace un pequeño juego de manos y esconde una con gran habilidad, como si se tratara del mismísimo Mago Pop, que encandila en el Coliseum. El objetivo del juego no es otro que demostrar que muchas veces las cosas no son lo que parecen, que puedes tener una visión errónea de lo que estás viendo, en definitiva, que una pelota que crees buena tal vez se ha ido fuera de la pista. Las discusiones de los jueces de silla con los jugadores eran antes mucho más contundentes, violentas en algunos casos. En el recuerdo están las escenas de tenistas como John McEnroe, Jimbo Connors o Ilie Nastase gritando y protestando alguna decisión, y arriba, en la silla, el árbitro de turno capeando el temporal provocado por los deportistas. El ojo de halcón –la aportación tecnológica que, con la ayuda de cinco cámaras, envía la señal al ordenador central en los Grand Slam y los Masters– pasó a solucionar un problema importante en un deporte que, con el tiempo, había dejado de ser de caballeros, como se decía antaño.
“La tecnología ha reducido la tensión en los partidos. Eso es bueno, pero también, al mismo tiempo, se ha perdido el factor emocional”, dice Javier Moreno, de 54 años, juez árbitro –una categoría a la que accedió hace 21 años después de haber adquirido los conocimientos adecuados primero como juez de línea y después como juez de silla– en la arcilla barcelonesa, un hombre de experiencia, el primer árbitro profesional español. Una larga trayectoria le avala, con participación en torneos de Grand Slam, finales de la Copa Davis o la Copa Federación, entre otros muchos.
Según lo que ha vivido durante tantos años en las pistas, “de cada tres pelotas dudosas, en dos tienen razón los árbitros y en la otra acierta el tenista. Más o menos la cosa va por ahí, aunque es evidente que la conflictividad ha ido desapareciendo, en parte porque los mejores del mundo –Djokovic, Federer, Nadal o Murray, entre otros– lo han puesto muy fácil en los últimos años”.
El juez árbitro es el encargado de que la parte técnica del torneo funcione. “Siempre me ha gustado el ambiente que rodea al tenis, por eso empecé en este mundo”, comenta Moreno, que había jugado en su juventud y que
“Antes esto era como una familia. Con la entrada del dinero llegó la profesionalización”
Javier Moreno, juez árbitro del Trofeo Conde de Godó desde 1995, se encarga de que todo funcione en el apartado técnico “La tecnología ha reducido la tensión en los partidos, pero al mismo tiempo se ha perdido el factor emocional”
posteriormente incluso sacó la titulación para ser entrenador. Él es el enlace con el supervisor de la ATP que viaja a cada torneo, en el caso del Trofeo Conde de Godó, el estadounidense Tom Barnes.
Durante la conversación, su walkie-talkie no calla. Barnes interrumpe la conversación y también lo hace Albert Costa, el director deportivo. Lógico. Son múltiples los detalles que aparecen y que se deben resolver con celeridad y eficacia. “Nada serio”, dice cuando se sienta de nuevo. Y sonríe. Moreno lo controla todo. Se le nota. “Antes esto era como una familia. Con la entrada del dinero, el tenis se profesionalizó y perdió el carácter amateur entrañable que le caracterizaba”, rememora.
Moreno vivió desde abajo la evolución del tenis español, que se basó en la implantación de los torneos satélite (ahora futures), “donde fueron aprendiendo muchos jugadores importantes como Corretja, Berasategui, Alberto Costa...”. No mucho antes había llegado la profesionalización a España, “que cerró una etapa en la que los jugadores iban solos y siempre se relacionaban entre ellos para abrir otra con entrenadores, preparadores físicos, mánagers... Tenistas como Manuel Orantes, José Higueras, Antonio Muñoz o Ángel Giménez clausuraron esa etapa inolvidable”.
De alguna forma, los mencionados McEnroe, Nastase o Connors ayudaron a que “el arbitraje evolucionara, implantando nuevas normas y códigos de conducta”, concluye Javier Moreno, que dedica su tiempo libre a un negocio familiar y también al deporte para discapacitados. Su hijo, Miqui, con síndrome de down, se lo agradece.