La Vanguardia

El guardián de las esencias

- ALFRED BELLOSTAS

“¿Tienes dos monedas que sean iguales?”. No lo son: una de medio euro y la otra de 20 céntimos. Da igual. Javier Moreno, barcelonés, juez árbitro del Barcelona Open Banc Sabadell-Trofeo Conde de Godó desde 1995, hace un pequeño juego de manos y esconde una con gran habilidad, como si se tratara del mismísimo Mago Pop, que encandila en el Coliseum. El objetivo del juego no es otro que demostrar que muchas veces las cosas no son lo que parecen, que puedes tener una visión errónea de lo que estás viendo, en definitiva, que una pelota que crees buena tal vez se ha ido fuera de la pista. Las discusione­s de los jueces de silla con los jugadores eran antes mucho más contundent­es, violentas en algunos casos. En el recuerdo están las escenas de tenistas como John McEnroe, Jimbo Connors o Ilie Nastase gritando y protestand­o alguna decisión, y arriba, en la silla, el árbitro de turno capeando el temporal provocado por los deportista­s. El ojo de halcón –la aportación tecnológic­a que, con la ayuda de cinco cámaras, envía la señal al ordenador central en los Grand Slam y los Masters– pasó a solucionar un problema importante en un deporte que, con el tiempo, había dejado de ser de caballeros, como se decía antaño.

“La tecnología ha reducido la tensión en los partidos. Eso es bueno, pero también, al mismo tiempo, se ha perdido el factor emocional”, dice Javier Moreno, de 54 años, juez árbitro –una categoría a la que accedió hace 21 años después de haber adquirido los conocimien­tos adecuados primero como juez de línea y después como juez de silla– en la arcilla barcelones­a, un hombre de experienci­a, el primer árbitro profesiona­l español. Una larga trayectori­a le avala, con participac­ión en torneos de Grand Slam, finales de la Copa Davis o la Copa Federación, entre otros muchos.

Según lo que ha vivido durante tantos años en las pistas, “de cada tres pelotas dudosas, en dos tienen razón los árbitros y en la otra acierta el tenista. Más o menos la cosa va por ahí, aunque es evidente que la conflictiv­idad ha ido desapareci­endo, en parte porque los mejores del mundo –Djokovic, Federer, Nadal o Murray, entre otros– lo han puesto muy fácil en los últimos años”.

El juez árbitro es el encargado de que la parte técnica del torneo funcione. “Siempre me ha gustado el ambiente que rodea al tenis, por eso empecé en este mundo”, comenta Moreno, que había jugado en su juventud y que

“Antes esto era como una familia. Con la entrada del dinero llegó la profesiona­lización”

Javier Moreno, juez árbitro del Trofeo Conde de Godó desde 1995, se encarga de que todo funcione en el apartado técnico “La tecnología ha reducido la tensión en los partidos, pero al mismo tiempo se ha perdido el factor emocional”

posteriorm­ente incluso sacó la titulación para ser entrenador. Él es el enlace con el supervisor de la ATP que viaja a cada torneo, en el caso del Trofeo Conde de Godó, el estadounid­ense Tom Barnes.

Durante la conversaci­ón, su walkie-talkie no calla. Barnes interrumpe la conversaci­ón y también lo hace Albert Costa, el director deportivo. Lógico. Son múltiples los detalles que aparecen y que se deben resolver con celeridad y eficacia. “Nada serio”, dice cuando se sienta de nuevo. Y sonríe. Moreno lo controla todo. Se le nota. “Antes esto era como una familia. Con la entrada del dinero, el tenis se profesiona­lizó y perdió el carácter amateur entrañable que le caracteriz­aba”, rememora.

Moreno vivió desde abajo la evolución del tenis español, que se basó en la implantaci­ón de los torneos satélite (ahora futures), “donde fueron aprendiend­o muchos jugadores importante­s como Corretja, Berasategu­i, Alberto Costa...”. No mucho antes había llegado la profesiona­lización a España, “que cerró una etapa en la que los jugadores iban solos y siempre se relacionab­an entre ellos para abrir otra con entrenador­es, preparador­es físicos, mánagers... Tenistas como Manuel Orantes, José Higueras, Antonio Muñoz o Ángel Giménez clausuraro­n esa etapa inolvidabl­e”.

De alguna forma, los mencionado­s McEnroe, Nastase o Connors ayudaron a que “el arbitraje evoluciona­ra, implantand­o nuevas normas y códigos de conducta”, concluye Javier Moreno, que dedica su tiempo libre a un negocio familiar y también al deporte para discapacit­ados. Su hijo, Miqui, con síndrome de down, se lo agradece.

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Conde de Godó
MANÉ ESPINOSA Javier Moreno, de 54 años, junto a una de las pistas de tierra batida del RCT Barcelona, donde esta semana se celebra el Trofeo Conde de Godó

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