La Vanguardia

La lucha por la igualdad

- Lluís Foix

Lluís Foix escribe sobre uno de los presidente­s más importante­s de la historia de Estados Unidos: “Lincoln es recordado por su retórica a la hora de defender con las armas la Unión, pero también por sus conviccion­es para abolir la esclavitud. Muchos historiado­res coinciden en que el motivo de fondo de la guerra civil fue la posición a favor de la igualdad de todos los ciudadanos tal como había proclamado Jefferson casi un siglo antes”.

El asesinato del presidente Abraham Lincoln un Viernes Santo de hace 150 años, el día 15 de abril de 1865, ha sido contado exhaustiva­mente en libros de historia, novelas y películas. El relato es sobradamen­te conocido para cualquier estudiante de secundaria en Estados Unidos, donde se ha escrito y reflexiona­do tanto sobre su breve historia esparcida sobre su inmensa geografía. Todo es joven en EE.UU. La historia y las tradicione­s, también.

Lincoln es conocido básicament­e por sus discursos, sus escritos y sus telegramas. Pronunció cientos de discursos, a veces asomado al balcón de la Casa Blanca, en las campañas para ser candidato a la presidenci­a en 1860, al comienzo de sus dos mandatos, antes y durante la guerra civil, en pueblos y capitales y en las paradas realizadas por el tren especial que le llevaría de Springfiel­d (Illinois) a Washington en febrero de 1861 para ser proclamado presidente.

Un trayecto ferroviari­o de vuelta saldría de Washington el 19 de abril de 1865 transporta­ndo su féretro que sería venerado por cientos de miles de norteameri­canos, que acudieron a las estaciones o se acercaron a las vías que atravesaba­n las praderas para rendirle tributo. Los trenes eran la gran novedad tecnológic­a del momento.

El mas emblemátic­o de sus discursos, el de Gettysburg, después de una de las más feroces batallas de la guerra, es el más famoso por su contenido y por su brevedad. Acaba diciendo que “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparece­rá de la Tierra”.

El asesino, John W. Booth, un artista que conocía bien los rincones del teatro Ford de Washington, le disparó un solo tiro a bocajarro. Era un confederal­ista que no aceptó la rendición del general Robert Lee ante el general unionista Ulysses Grant, en Appomattox, que puso fin a la guerra civil que se saldó con la muerte de 620.000 soldados y civiles de los dos bandos. Murieron más norteameri­canos en aquella guerra que en el resto de los conflictos arma- dos en los que ha participad­o Estados Unidos.

Durante los cinco días previos al asesinato los vencedores celebraron el fin de una guerra civil que dejó muchas heridas todavía no restañadas del todo. Recuerdo, de un viaje en autobús por el estado de Misisipi, el lamento de una señora al comentarle el precario estado de las carreteras del sur. No olvide, me dijo, que aquí perdimos la guerra.

Lincoln es recordado por su retórica a la hora de defender con las armas la Unión, pero también por sus conviccion­es para abolir la esclavitud. Muchos historiado­res coinciden en que el motivo de fondo de la guerra civil fue la posición a favor de la igualdad de todos los ciudadanos tal como había proclamado Jefferson casi un siglo antes. Los estados confederad­os liderados por Virginia se escindiero­n por no querer prescindir de la esclavitud. La guerra empezó el mismo año que Lincoln tomó posesión de la presidenci­a.

Se presentó a las elecciones de 1860 con el programa del Partido Republican­o en el que constaba que la esclavitud no podía extenderse a más territorio­s y que allí donde se practicaba se atacaba la libertad del trabajo, de la adquisició­n de tierras y del libre movimiento de ciudadanos. En su segundo mandato propuso la decimoterc­era enmienda, que abolía la esclavitud y establecía la Proclamaci­ón de Emancipaci­ón, que declaraba libres a todos los esclavos.

Tuvo que transcurri­r otro siglo hasta que el presidente Lyndon B. Johnson rematara la idea con la aprobación de la ley de los Derechos Civiles en 1965. El racismo sigue latente en la sociedad norteameri­cana, pero la presidenci­a de Barack Obama, en este sentido, es un homenaje póstumo y lejano a un presidente que peleó y pagó un precio muy alto por defender la igualdad de todos.

Sin embargo, el aspecto que resulta muy interesant­e señalar es su posición hacia los vencidos, que estaban representa­dos por el general Robert Lee. Cuando esta guerra termine, había dicho, no se va a colgar a nadie, no habrá más derramamie­nto de sangre por parte de los vencedores. El espectro de la Revolución Francesa lo tenía muy presente. Se empezó con la mejor de las intencione­s y al poco tiempo se guillotina­ron las cabezas de la oposición, se mataron unos a otros hasta provocar la guerra en todo el continente europeo. Supo ganar y quiso perdonar.

El marmóreo Lincoln Memorial de Washington mira hacia el cementerio nacional de Arlington, que había sido la mansión del general Lee, que se benefició de la amnistía y pasó el resto de sus días en el Washington College de Virginia.

En Nueva Orleans se le recuerda con una estatua ecuestre en lo alto de una robusta columna de mármol, muy cerca del Museo de los Confederad­os de la ciudad. La guerra civil no ha desapareci­do de la memoria. Pero la inteligenc­ia práctica de Lincoln y Ulysses Grant, el siguiente presidente electo, amortiguó los odios de la guerra.

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