Condenado a veinte años de cárcel el expresidente islamista de Egipto
Morsi, derrocado por un golpe de Estado, se exponía a la pena de muerte
Tras eliminar a la oposición, parece que el presidente Sisi intenta calmar los ánimos en su país
En contra de muchos pronósticos que pretendían que el expresidente egipcio Mohamed Morsi sería condenado a la pena capital, el tribunal le impuso una sentencia de veinte años de reclusión mayor. Ha sido condenado por “emplear la violencia, detener y torturar manifestantes durante una protesta en diciembre del 2012 ante el palacio presidencial”. Otros once acusados de los mismos cargos, dirigentes de los Hermanos Musulmanes, fueron absueltos. El que fue efímero presidente, el único presidente civil e islamista de una república fundada por el ejército en 1952, apareció tras los barrotes con el blanco uniforme carcelario que había rehusado vestir en anteriores vistas. No quiso nombrar un abogado para su defensa, proclamando siempre durante las audiencias que es “el único presidente de Egipto” y recusando la legitimidad de sus jueces.
A la lectura del veredicto, Morsi se puso en pie, levantando su mano derecha con cuatro dedos alzados. Esos cuatro dedos en negro sobre fondo amarillo de las pancartas de las jornadas de las manifestaciones del verano del 2013, tras el edulcorado golpe militar del general Sisi, apoyado por buena parte de la población, exasperada por los abusos de poder de los Hermanos Musulmanes, en la mezquita de Raba al Adauiya, y en la Universidad de El Cairo, se convirtieron en un signo del movimiento islamista.
Morsi llegó en helicóptero a la sede de la Academia Militar, donde antes también se juzgó al presidente Mubarak. La relativa clemencia de esta sentencia, contra la que se puede apelar, ha sido interpretada como la voluntad del presidente Abdul Fatah al Sisi, el hombre fuerte de Egipto, para calmar los ánimos después de haber eliminado con mano implacable su oposición tanto política como liberal y laica. Aunque las potencias occidentales se han avenido, por mor de la realpolitik, a aceptar el hecho consumado de su elección, y evitan hablar de golpe de Estado, no dejan de indignarse, de puertas adentro, sobre su represión política. Sisi se ha lamentado en ocasiones, ya sea sinceramente o por conveniencia, de los excesos judiciales de los procesos en masa, denunciados por organizaciones de derechos humanos.
En estos años convulsos en Oriente Medio, tres presidentes árabes aparecieron ante los tribunales, desbaratando el mito de su impunidad. Primero fue el presidente Sadam Husein de Iraq, condenado a pena de muerte por un tribunal especial, bajo ocupación militar estadounidense. Después Hosni Mubarak, forzado a dimitir por el ejército tras la rebelión de la plaza Tahrir, se sentó también en el banquillo de los acusados al hacérsele responsable de graves delitos de los que al final fue absuelto, y está a punto de recobrar su libertad.
A diferencia de las primeras vistas del juicio de Mubarak, transmitidas directamente por televisión en medio de un hervor popular que clamaba venganza, la primera comparecencia de Morsi ante sus jueces fue sin cámaras televisivas y sin fotógrafos. Es el primer veredicto contra Morsi. Entre otros juicios pendientes, se expone a ser condenado a muerte acusado de espiar para la televisión qatarí Al Yazira, de conjura terrorista con los palestinos de Hamas, de evasión de la cárcel. Hasta ahora, con una sola excepción, no se ha ejecutado ninguna condena a muerte.