La Vanguardia

Condenado a veinte años de cárcel el expresiden­te islamista de Egipto

Morsi, derrocado por un golpe de Estado, se exponía a la pena de muerte

- TOMÁS ALCOVERRO

Tras eliminar a la oposición, parece que el presidente Sisi intenta calmar los ánimos en su país

En contra de muchos pronóstico­s que pretendían que el expresiden­te egipcio Mohamed Morsi sería condenado a la pena capital, el tribunal le impuso una sentencia de veinte años de reclusión mayor. Ha sido condenado por “emplear la violencia, detener y torturar manifestan­tes durante una protesta en diciembre del 2012 ante el palacio presidenci­al”. Otros once acusados de los mismos cargos, dirigentes de los Hermanos Musulmanes, fueron absueltos. El que fue efímero presidente, el único presidente civil e islamista de una república fundada por el ejército en 1952, apareció tras los barrotes con el blanco uniforme carcelario que había rehusado vestir en anteriores vistas. No quiso nombrar un abogado para su defensa, proclamand­o siempre durante las audiencias que es “el único presidente de Egipto” y recusando la legitimida­d de sus jueces.

A la lectura del veredicto, Morsi se puso en pie, levantando su mano derecha con cuatro dedos alzados. Esos cuatro dedos en negro sobre fondo amarillo de las pancartas de las jornadas de las manifestac­iones del verano del 2013, tras el edulcorado golpe militar del general Sisi, apoyado por buena parte de la población, exasperada por los abusos de poder de los Hermanos Musulmanes, en la mezquita de Raba al Adauiya, y en la Universida­d de El Cairo, se convirtier­on en un signo del movimiento islamista.

Morsi llegó en helicópter­o a la sede de la Academia Militar, donde antes también se juzgó al presidente Mubarak. La relativa clemencia de esta sentencia, contra la que se puede apelar, ha sido interpreta­da como la voluntad del presidente Abdul Fatah al Sisi, el hombre fuerte de Egipto, para calmar los ánimos después de haber eliminado con mano implacable su oposición tanto política como liberal y laica. Aunque las potencias occidental­es se han avenido, por mor de la realpoliti­k, a aceptar el hecho consumado de su elección, y evitan hablar de golpe de Estado, no dejan de indignarse, de puertas adentro, sobre su represión política. Sisi se ha lamentado en ocasiones, ya sea sinceramen­te o por convenienc­ia, de los excesos judiciales de los procesos en masa, denunciado­s por organizaci­ones de derechos humanos.

En estos años convulsos en Oriente Medio, tres presidente­s árabes apareciero­n ante los tribunales, desbaratan­do el mito de su impunidad. Primero fue el presidente Sadam Husein de Iraq, condenado a pena de muerte por un tribunal especial, bajo ocupación militar estadounid­ense. Después Hosni Mubarak, forzado a dimitir por el ejército tras la rebelión de la plaza Tahrir, se sentó también en el banquillo de los acusados al hacérsele responsabl­e de graves delitos de los que al final fue absuelto, y está a punto de recobrar su libertad.

A diferencia de las primeras vistas del juicio de Mubarak, transmitid­as directamen­te por televisión en medio de un hervor popular que clamaba venganza, la primera comparecen­cia de Morsi ante sus jueces fue sin cámaras televisiva­s y sin fotógrafos. Es el primer veredicto contra Morsi. Entre otros juicios pendientes, se expone a ser condenado a muerte acusado de espiar para la televisión qatarí Al Yazira, de conjura terrorista con los palestinos de Hamas, de evasión de la cárcel. Hasta ahora, con una sola excepción, no se ha ejecutado ninguna condena a muerte.

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AMR ABDALLAH DALSH / REUTERS El expresiden­te Mohamed Morsi saluda tras los barrotes de la cámara de los acusados, al acabar la lectura de la sentencia, en El Cairo

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