Europa sigue igual de lejos
Turquía define un Estado paternalista, menos democrático, con progreso antes que la libertad
Ankara termina en un bloque de veinte pisos plantado en un campo de secano. La capital turca se come la estepa a base de promociones inmobiliarias, autopistas y centros comerciales. Sigue siendo la misma ciudad provinciana y administrativa de siempre, pero ahora aspira al progreso que brindan las torres de cristal, el metro y el tráfico intenso. Su pulso ya no es tan monótono. Hay un nuevo presidente en la ciudad, un hombre que promete el bienestar colectivo a cambio de unas cuantas libertades, de expresión, por ejemplo, que sólo benefician a los enemigos de la patria.
Recep Tayyip Erdogan vive en un palacio de mil habitaciones en la parte nueva de Ankara. El complejo presidencial incluye una mezquita de cuatro minaretes que pronto estará acabada.
Si todo le sale bien, el 7 de junio su partido, el AKP, islamista y conservador, ganará por cuarta vez seguida y por amplia mayoría las legislativas. Si esta mayoría se traduce en dos tercios de los escaños del Parlamento, entonces tocará el cielo. Una ley le bastará para cambiar la Constitución y convertir a Turquía en una república presidencialista. Si se queda por debajo de los dos tercios, pero todavía con mayoría absoluta, la ley deberá someterse a referéndum, un escollo que no ha de tener problemas en superar.
Su verdadero enemigo no es la oposición de izquierdas –anclada por debajo del 30%–, sino el partido prokurdo HDP, que aspira a conseguir el 10% y entrar en el Parlamento. Esta es la barrera más alta de Europa, diseñada para beneficiar al partido ganador. Si el HDP confirma los sondeos y queda por encima del 10%, ganará unos 60 diputados, suficientes para que al AKP se le complique la mayoría absoluta. Si los kurdos no entran en el Parlamento, los 60 escaños serán para el AKP.
Estas son las reglas del juego y si Erdogan gana la partida, concentrará el poder ejecutivo en una presidencia que tiene inten- ción de ocupar hasta el 2023, centenario de la República.
“Las consecuencias serán entonces muy malas para el proceso de adhesión de Turquía a la UE”, admitía esta semana un alto funcionario comunitario en Ankara. “La división de poderes es cada vez más difusa –añadía– y los valores fundamentales europeos se alejan de Turquía”.
“Hemos de buscar otro modelo político para Turquía”, señalaba un diplomático turco, que, al igual que el funcionario de Bruselas, accedió a hablar a condición de ocultar su nombre. “La democracia no es un proceso blanco y negro, hay matices. Europa no tiene la única definición valida de lo que es democracia. Hay que huir de los valores absolutos y bajar a la realidad. Los derechos humanos, por ejemplo, dependen del progreso social. ¿Qué haces con ellos cuando debes enfrentarte a una radicalización del islam como la de Estado Islámico?”.
Ankara mantiene que el proceso de adhesión a la UE es el proyecto de modernización y democratización más importante desde la proclamación de la República. Sin embargo, las reformas que la UE financia con una partida de 4.500 millones de euros entre 2014 y 2020 no está claro que contribuyan a una Turquía más democrática.
“Una cosa es redactar leyes fantásticas, como a menudo es el caso –explicaba el funcionario de la UE– y otra cosa es su puesta en práctica. La justicia no es independiente. El concepto que tenemos del Estado de derecho no cuadra muchas veces con el que tienen los turcos”.
“Erdogan aspira a un Estado paternalista –sostiene un periodista de Hürriyet, el diario más vendido del país–, donde los ciudadanos se comporten como hijos agradecidos, buenos musulmanes que nunca criticarán a su progenitor porque nadie mejor que él sabe lo que más le conviene”. Este periodista aceptó desayunar con otros tres colegas en un hotel de Ankara y explicar la persecución que sufren. Pidieron que mantuviéramos el anonima- to porque temen acabar en la cárcel. “Muchas veces callamos por prudencia, porque tememos perder nuestros empleos y ser procesados, pero no somos idiotas. Vemos lo que está pasando y lo mucho que se resiente la democracia cuando nos llaman enemigos y traidores”.
“No hay duda de que Turquía ha pasado de un autoritarismo militar a un autoritarismo civil”, señaló la delegada de otro gran periódico en la capital. “Erdogan ha creado una administración paralela, que nutre con fondos ocultos. Se trata de tecnócratas que tanto pueden parar la emisión de un informativo como recomen- dar una sentencia a un juez”.
El diplomático explica esta “disfunción” por la necesidad de crear una clase media sólida en un país de 77 millones de habitantes que ha dado un gran salto adelante pero que puede descarrilar sin un líder fuerte. Los sultanes del imperio otomano son un ejemplo, y Mustafá Kemal, fundador de la República, otro.
Erdogan es un presidente neootomano que gana elecciones porque ha ampliado la red social. Vivienda, educación y salud están garantizadas. Y es así como la población se instala en torres de apartamentos que plantan sus raíces en los campos de secano, arrabales de la expansión autoritaria.
“Europa siempre ha estado en Turquía y Turquía en Europa”, insiste el diplomático. “Nada puede evitarlo”.
La UE, sin embargo, sigue estando igual de lejos que en el 2005, cuando se inició el proceso de adhesión. Chipre bloquea gran parte de la negociación. Treinta mil soldados turcos ocupan el norte de la isla desde 1974 y mientras no se vayan no darán su brazo a torcer.
Anakara lamenta este “chantaje”, tanto como lamenta también que los turcos necesiten visado para viajar a la UE. Las negociaciones para levantar este trámite avanzan despacio y parece muy difícil que lleguen a buen puerto en el 2017 como está previsto.
Los periodistas perseguidos y, como ellos, la elite intelectual, laica y proeuropea, se sienten abandonados. No se reconocen en la nueva Turquía y creen que Europa debería hacer mas.
“Somos un miembro de primera hora de la OTAN, aliado necesario para contener entonces a la URSS y ahora al Estado Islámico –añade el diplomático desde el fondo de una grave frustración al final de una larga carrera dedicada a Europa– y creo que podemos exigir a nuestros amigos europeos más pragmatismo y menos altanería, envueltos como andan siempre en unos valores que quedan muy bien pero a veces son un incordio para hacer lo que hay que hacer”.
Si Erdogan logra en junio dos tercios del Parlamento, hará de Turquía un país presidencialista “Exigimos a nuestros amigos europeos más pragmatismo y menos altanería”, afirma un diplomático turco