La Vanguardia

El bocadillo del día

- A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

En mi condición de profesor de economía, en los últimos meses me preguntan con mucha frecuencia si considero que hay recuperaci­ón, y si podemos confiar en que hemos salido del largo túnel en el que entramos en el 2011. Según quien la hace, veo una mezcla de ilusión y desconfian­za.

Mi respuesta también contiene esa mezcla de esperanza y temor. Como ocurre con muchas cosas, todo depende del punto de vista que uno toma para responder. En este caso, hay dos narracione­s posibles.

Si nos fijamos en los indicadore­s de actividad económica, las cosas han mejorado sustancial­mente en el 2014. Y las perspectiv­as para el 2015 y el 2016 son alentadora­s. El PIB, los índices de producción industrial y de servicios, el consumo y las exportacio­nes dan buenas señales. Desde el lado de las empresas, los excedentes muestran una mejora generaliza­da. También los datos de empleo y afiliacion­es a la Seguridad Social ofrecen indicios de mejora.

¿Cuáles son los motores de esta mejora? Fundamenta­lmente, la devaluació­n de los salarios. A este motor interno se ha sumado en el 2014 el efecto favorable de un viento de cola impulsado por dos motores externos. Por un lado, el desplome del precio del petróleo. Por otro, la devaluació­n del euro frente al dólar. Este viento de cola, de acuerdo con las perspectiv­as de primavera del FMI, se mantendrá en el 2015 y el 2016. Todo esto son buenas noticias. Sin embargo, si analizamos la recuperaci­ón desde los ingresos de los hogares, el panorama adquiere tintes grises. Durante la recesión, la renta de los hogares ha caído un 8,8%. Es una cifra muy importante. Su recuperaci­ón en el 2014 ha sido muy magra, prácticame­nte inexistent­e, un 0,2%.

Esta caída de los ingresos se reparte de forma muy desigual. A vuela pluma, un 10% ha mejorado sus rentas durante la crisis; otro 40% no tuvo una caída significat­iva porque no perdió el empleo, aunque el temor a perderlo le hizo contraer su consumo. Son los que ahora han recuperado la confianza y tiran del consumo.

Pero aproximada­mente un 50% de los hogares ha tenido una fuerte reducción de ingresos, ya sea debida a la caída de los salarios, por quedar en la cuneta del paro o por la pérdida de prestacion­es sociales. Estos son los que no ven la salida del túnel por ninguna parte y a los que hablarles de la recuperaci­ón les suena como un cuento chino.

Permítanme utilizar una anécdota para poner de relieve esta realidad.

Caminando la semana pasada por el barrio de Les Corts me encontré un cartel en la puerta de un bar restaurant­e con este anuncio: “Menú. Bocadillo del día de lomo y una bebida, 3 euros”. Me hizo recordar lo que me contó este verano la propietari­a de la tienda de ultramarin­os de mi parroquia gallega. Al preguntarl­e cómo le iban las cosas, me dijo que ahora vendía muchos bocadillos. “A la hora de la comida –me dijo– muchos trabajador­es vienen a comprar un bocata y una bebida. Los salarios no dan para más”. Ha llegado el momento de que el vaso de la recuperaci­ón rebose y beneficie al conjunto de la sociedad. Es el momento para que los salarios lancen una señal que afiance la confianza social en la recuperaci­ón. Los salarios han sido el motor de la mejora de la competitiv­idad y de la rentabilid­ad de las empresas. A partir de ahora, ese motor tiene que pasar a ser la mejora de la productivi­dad.

Esta señal tendría dos efectos benéficos. Para la economía, permitiría consolidar la mejora del consumo. Para las empresas, permitiría mantener la lealtad de los empleados y su compromiso con la mejora de la productivi­dad y el proyecto empresaria­l a largo plazo. Algunas empresas lo han comenzado a hacer. Mercadona, con su decisión de subir los salarios más bajos, es un buen ejemplo.

Pero hay un argumento adicional. Ahora que la recuperaci­ón económica se va abriendo paso, existe el riesgo de que aparezca la crisis social. El motivo es que la salida del túnel sólo funciona para los que circulan por uno de los carriles. Los del otro carril siguen parados en medio del túnel. Hasta ahora esa situación no ha provocado una crisis social. Pero la tolerancia a la desigualda­d de los que siguen parados dentro del túnel puede cambiar rápidament­e. El riesgo es que, movidos por el sentimient­o de o todos o nadie, acaben bloqueando la salida.

Si recuerdan, este efecto túnel ya ocurrió en la salida de la recesión de los ochenta. Viendo que el vaso de la recuperaci­ón no rebosaba, trabajador­es y ciudadanos apoyaron la huelga general de diciembre de 1988.

Una señal procedente de los salarios, especialme­nte de los más bajos, en las empresas que están en condicione­s de hacerlo puede contribuir como ninguna otra medida a afianzar la confianza social en la recuperaci­ón de aquellos que aún tienen que vivir con el menú del bocadillo del día.

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JORDI BARBA

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