Mesías antisistema
Como he expresado en ocasión de los casos Fernàndez y Forcadell, cuyos estatutos los separaran de la primera línea política a pocos meses de un hecho histórico, estoy a favor de los liderazgos. Y no me parece escandaloso que se hagan excepciones a las normas cuando la situación es justamente excepcional. Por supuesto, me refiero a ese tipo de líderes que son capaces de conciliar en su persona los valores que defienden y convertirse en referentes de grandes mayorías. No es fácil, ni rápido crear esas referencias ciudadanas que se forjan a base de honestidad, ética y buen hacer. Y, además, a pesar de la moda asamblearia, los líderes son tan necesarios como la gente que los acompaña.
Por todo ello, porque me muestro favorable al concepto del liderazgo sin complejos, no estoy en condiciones de criticar la sobrecarga de liderazgo que muestran algunas nuevas formaciones. Al fin y al cabo, entiendo la necesidad. Pero no puedo evitar la sensación de estafa, no tanto por lo que yo pueda pensar como por el pescado que nos venden. A diferencia de CUP y
Pablo Iglesias y Colau se han convertido en superhéroes hiperidealizados, cercanos al Mesías bíblico
ANC, que se han mantenido fieles a sus convicciones, tanto los de Podemos como los de Guanyem, o Barcelona en Comú, o lo de la Colau (que es como todo el mundo lo conoce), han crecido a base de asegurar que no tenían líderes, que todos eran la voz del pueblo, que se diluían en el magma ciudadano, blablablá. Pero desde el momento en que levantaron sus posaderas de las plazas y las empezaron a situar en los platós de televisión, todo cambió milagrosamente. Y, de golpe, el pueblo ya no era el pueblo, porque se llamaba Pablo Iglesias o Ada Colau.
Es cierto que, hasta aquí, todo es bastante razonable, pero el personalismo fue in crescendo hasta el punto de que cualquier crítica al líder se convertía en una especie de herejía religiosa. La veneración en las redes llega al integrismo religioso. Y la rueda no ha parado. En estos momentos tanto Iglesias como Colau se han convertido en una especie de superhéroes hiperliderados, cuya idealización se acerca más al Mesías bíblico que al warrior callejero. Su discurso es antisistema, contra el sistema, sobre el sistema y lo que quieran del sistema, pero cada día imitan más y mejor los liderazgos del sistema. Y la guinda ha sido la decisión de BComú de utilizar una foto de Ada Colau como emblema de sus papeletas de voto. Es decir, todo se resume en el carisma de la nueva Pasionaria. Curioso. Curioso porque servidora habría imaginado, en mi ingenuidad, que no había líderes, ni caretos al viento, ni mesías salvadores, sino una voz colectiva, surgida del grito de la calle, que se convertía en puño político. Pues no: todo queda reducido a unos protagonismos hiperidealizados, con una fuerte componente mediática.
Mucho ruido, poco programa y unos dioses surgidos del asfalto dispuestos a asaltar el Olimpo. No sé, son nuevos, pero parecen muy viejos.