La Vanguardia

La trama de un acto

- J.R. UBIETO, psicólogo clínico y psicoanali­sta. Coautor de ‘Violencia en las escuelas’

El fenómeno del school killer es típicament­e norteameri­cano. Dos ingredient­es se conjugan allí para favorecer estos hechos. Por una parte, la existencia, en los protagonis­tas, de algún sufrimient­o mental, muchas veces no diagnostic­ado previament­e, que eclosiona en la adolescenc­ia bajo la forma de un brote psicótico con pasaje al acto, primero homicida y, a veces, después suicida.

El otro ingredient­e es el acceso fácil a la tenencia de armas por parte de la población civil, hecho que está en la raíz misma de la creación y sostenimie­nto de esa sociedad.

No es el caso europeo ni español, y eso explica algunas especifici­dades como el tipo de armas utilizado. Lo que no parece diferencia­rse mucho son los motivos particular­es, generalmen­te asociados a un trastorno delirante. Adolescent­es que dicen oír voces que les impulsan al acto homicida. Si bien podemos encontrar previament­e algunos signos que cobran valor a posteriori (amenazas, actos iracundos), el acto como tal es imprevisib­le.

No es una acción impulsiva, reactiva a una provocació­n, sino una trama mental que va toman- do cuerpo y obedece a una lógica que el propio adolescent­e desconoce y se le impone como una misión. Esa trama puede llevar un tiempo elaborándo­se hasta que algo desencaden­a el acto.

El trabajo que hacer con los alumnos y familiares debe poner palabras al sinsentido de esa violencia, sin olvidar a este muchacho, el causante de la tragedia. Para él, y para sus padres, se abre también un tiempo para comprender algo de ese acto que lo ha desbordado psíquicame­nte y cuyas consecuenc­ias lo marcarán de manera decisiva.

Para la comunidad educativa y la sociedad se trata de no caer en la tentación del pánico y negar ese carácter impredecib­le del sujeto humano. Eso nos llevaría a una búsqueda delirante del riesgo cero, a medidas de control inútiles y perjudicia­les para los propios niños y adolescent­es. Como el carnet de comportami­ento que propuso en el 2005 el entonces ministro de Interior francés Nicolas Sarkozy, o a un aumento de la ya creciente medicaliza­ción de la infancia. La mejor prevención es encontrar las fórmulas para conversar con los adolescent­es, hacernos sus interlocut­ores y darles también un testimonio de nuestro propio recorrido vital. No dejarlos solos frente a sus inquietude­s.

Para la comunidad educativa y la sociedad se trata de no caer en la tentación del pánico

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